El otro día escuché por la radio al Dr. Gonzalo Pin, director de una unidad del sueño, diciendo que los alemanes duermen la siesta más que los españoles. ¡Toma ya! Aparte de que exportemos ideas sin ingresar divisas, es una prueba más de la tesis que planteé al iniciar esta serie (Deutschland und ich) en un ya lejano en Alemania también cuecen habas allá por el 29 de julio: nos parecemos, mucho, además, somos tan iguales que nos gobierna la misma persona: Ángela Merkel (empeñada en ser la madre de la Constitución, cuando los hijos del 6 de diciembre no la queremos como abuela ni como ideóloga) cuyas propuestas son asumidas por populares y socialistas españoles con una unanimidad que bien podrían poner en sacar del pozo a la economía española (resulta curioso cómo se ponen de acuerdo los políticos cuando se trata de pasarse a la ciudadanía por la piedra y beneficiar a los mercados). El colmo es que somos tan parecidos que tanto a los alemanes como a nosotros, las propuestas de Merkel nos sientan como una patada en la tripa (o más abajo) y descubro que me parezco tanto a Köl (Helmut, ex canciller aleman del mismo partido) que coincido con él en que esta no es nuestra Europa, que nos la han cambiado y en que ella (no Alemania sino la cancillera) fue la primera en saltarse el pacto de estabilidad y alimenta la eurofobia hacia los países del Sur para encubrir, según afirma el laborista inglés Gordon Brown, que los bancos alemanes (sobre todo los públicos de los lands) están endeudados hasta la médula.
Pero no quiero ponerme serio en esta despedida de Deutschland und ich (que no de empandullo, blog que seguirá aquí, cuando el tiempo me deje un hueco y el cuerpo me lo pida -que me lo pedirá, pues me conozco-). Confieso que he disfrutado de lo lindo reviviendo unas vacaciones en Alemania a las que he sacado más jugo del que pensaba cuando surgió el viaje, inesperado, vía invitación de boda en Colonia. Me he divertido forzando comparaciones tópicas y descubriéndome a unos ciudadanos que son como nosotros y hasta duermen la siesta más, según Pin.
Muchas cosas se han quedado en mi tintero como que los alemanes no comen pescado porque no quieren, pescaderías haylas (y la lubina de cultivo estaba a 2,30 €, mucho más barata que aquí); que las tiendas estaban vacías, muy vacías, más que aquí, lo mismo que las peluquerías u otros servicios; que vi muy pocas embarazadas por la calle y también pocos perros que, por cierto, iban en tren; que en algunos restaurantes no aceptan VISA si no gastas más de cincuenta euros; que en la oficina de turismo había un tipo con talante de guardia de seguridad y encontré a un guardia de seguridad con talante de empleado de turismo; que hay visitas a Berlín a bordo de caravanas de Trabant (el coche de la RDA) pintados de colores y estampados (y a pie y en bici y en patinete...); que pedir algo en la conserjería de los hoteles alemanes (gel, por ejemplo) suele tener el mismo resultado que hacerlo en los españoles: ninguno; que...
Que lo he pasado bien, que he vuelto encantado, que la gente es, en general, amable y hace lo posible por salvar las barreras idomáticas, salvo cuando no les interesa entenderse con uno; que allí son más contraculturales que aquí y viceversa; más altos que aquí y viceversa; más rubios que aquí y viceversa; más que aquí y viceversa en todo...
Que lo he pasado bien porque he escrito para ti y para mí y porque tengo la impresión de que has disfrutado casi como yo mismo.
Hasta la próxima.
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