A medida que pasaban mis días en Alemania, mi convencimiento de que nuestras semejanzas es mayor que nuestras diferencias iba en aumento. En cualquier momento y circunstancia podía comprobarlo y una muestra fue mi alegría al constatar que el eficacísimo transporte público alemán puede compararse al nuestro. Llegamos a la parada del 100 (línea muy recomendable, junto con la 200 para una vista panorámica de Berlín) para ir desde Alexanderplatz a Zoologischer Garten cuando quedaban 10 minutos para la llegada del bus (un tiempo de espera que se me antojó largo para esa línea frecuente) al rato, me fijé que el tablero electrónico anunciador de las frecuencias iba acumulando avisos de llegadas casi simultáneas, como si los autobuses del 100 hubieran estado en el corral esperando el cohete anunciador para emprender el encierro por las calles berlinesas. En efecto, tres 100 agrupados llegaron hasta la parada, nos subimos en el primero, emprendiendo entonces una alocada carrera adelantándose los unos a los otros en cada alto hasta que llegamos a nuestro destino, de nuevo en primera posición, tras haber sido segundos o terceros alternativamente. Igual que en Zaragoza, pensé, y mi ánimo recibió un espaldarazo de autoestima al comprobar que la modernización que ha experimentado España en general y Zaragoza en particular las ha puesto a la altura de Alemania y Berlín respectivamente en este y otros muchos aspectos, sobre todo considerando que el hecho no fue circunstancial sino habitual durante mi estancia.
A eso de las 4,30 de la madrugada que alarga la noche del sábado hasta el domingo necesitaba un taxi para ir a mi hotel tras un agitado día de boda, la mayoría de los invitados habían ido abandonando el local, no sin problemas para conseguir su correspondiente taxi ya que la noche lluviosa estaba para pocas bromas pedestres. Será la lluvia, pensaba, la causante de la escasez; será que como no hay costumbre de salir por la noche, hay poco servicio; será... Razonaba mientras la centralita amenazaba con media hora de espera... Por fin llegó el ansiado transporte y, mientras recorríamos (a gran velocidad, por cierto) las mojadas calles colonesas, vi numerosas parejas, grupos e individuos haciendo la internacional señal de parada a vehículos que, como el nuestro, estaban ocupados (así que descarté la idea de la escasez de noctámbulos y volví a dar por buena la teoría de la lluvia). En estas estaba cuando, llegados al hotel, descubrí casi una decena de taxis aparcados en su parada correspondiente esperando que algún incierto azar les proporcionara la clientela que, esperando otro incierto azar vagaba por las calles a la caza de un taxi, y es que los sinos de taxistas y viajeros son indefectiblemente paralelos por la noche y con lluvia. Mi más sincera enhorabuena al servicio zaragozano de taxis por sus continuos esfuerzos que le hacen parejo al alemán.
He de decir que el tren suburbano (S-Bahn) y el metro (U-Bahn) son la mejor forma de desplazarse por Berlín. Para acceder a ellos no es necesario pasar por complicados tornos, basta con subir al coche y validar el billete bien en el andén bien en su interior. Acostumbrado a las estaciones de Madrid, en algunas de las cuales hay que descender a las inmediaciones del infierno o recorrer el intrincado laberinto subterráneo de Cnosos, me sorprendió la accesibilidad de las viejas estaciones alemanas (quizás eso explique la presencia de bicis allí y su ausencia aquí), incluso las que están próximas a grandes ríos como el Rhin: bajar las escaleras y el andén de metro, subirlas y el de S-Bahn o la correspondencia anunciada. Circulan, eso sí, coches que aquí estarían achatarrados hace tiempo (o cubriendo las líneas de Arcos de Jalón, Teruel o Canfranc) pero que siguen cumpliendo su función, que no es estética (como tampoco lo es la de las estaciones), sino de transportar viajeros (bicicletas y perros incluidos, además de alguna que otra paloma) que ocupan los asientos con tapizados coloristas y pueden tomar cerveza en el vagón con permiso de la autoridad, según me ha confirmado la Germaña Bea.
Habrá que reconocer que nos hemos gastado alguna perra de más en poner en Europa nuestras estaciones de diseño y nuestros trenes modernos, mientras que en Europa siguen con las infraestructuras que teníamos antes de ser de lo más in.
Tranvías también hay, hasta en ciudades pequeñas, y es un lujo recorrerlas y disfrutarlas desde ellos (como la mayoría de los tranvías ya estaban, las innumerables obras son por otra cosa, así que se consuelen los comerciantes zaragozanos, pues las calles levantadas son inherentes a cualquier ciudad de aquí, de allí o de las antípodas y, si cuando se cierran, circula un tranvía por encima, eso que hemos salido ganando).
Hasta mañana
Hasta mañana
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