Desde que somos europeos, modernos y nos la cogemos con papel de fumar, las autoridades sanitarias correspondientes impiden en algunas comunidades españolas la venta de productos alimenticios por las calles, por aquello de la bacteria E.coli y otras parecidas, supongo. La venta a granel está mal vista y es poco elegante comprar cuatro tomates zaragozanos si no van perfectamente envasados en una bandeja de polipropileno termoformado y recubiertas de un plástico transparente. Nuestros amigos alemanes, no sé si será porque son menos europeos, menos modernos o porque se la sudan las autoridades sanitarias, venden frutas y verduras por la calle (como, por cierto, hacen en muchos más países de la zona euro) a precios, por cierto, muy asequibles y salvo el brote mortífero de la maldita bacteria que no parece deberse al comercio callejero ni les ha quitado la costumbre de poner los pepinos sin pelar en la ensalada, no hay demasiados problemas sanitarios de esos que las autoridades de la idem utilizan para aturdir a la población bajo la amenaza de una epidemia de diarreas, por poner un caso.
Especialmente típicos son los vendedores ambulantes de bocatas de salchichas que llevan plancha, pan, salchichas, tomate, mostaza y hasta un paraguas por si llueve o hace sol adosados a su cuerpo como si de cocineros orquesta se tratara, y todo por el módico precio de euro y medio; supongo que tendrían un ciento de sellos sanitarios que no vi porque tampoco vi a ningún municipal alemán que impidiera el comercio. Algo más elaboradas son las currywurst que pueden comprarse en puestos-ventanilla y comerse en la calle convenientemente cortadas y aliñadas.
Y es que los alemanes son muy de comer por la calle porque, parece ser, desayunan fuerte, almuerzan cualquier cosa (dulce o salada) donde les pilla (de ahí la razón) y cenan pronto, tan pronto que, algunos días coincidía nuestra sobremesa con su cena.
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