Cuánto haces falta en estos tiempos y qué mal lo pasarías si estuvieras.
Elegido por aclamación
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
El comentario de Isabel merece estar dentro de esta entrada, por lo que escribe y porque trae de nuevo a Ángel González, así que, lo copio dentro del artículo íntegro:
Hace mucho que no leía este poema de Ángel González, que es uno de mis poetas favoritos de la posguerra, y no creía nunca que volvería a él con los sentimientos y las sensaciones que estoy viviendo ahora. El final de éste - “Inmóvil mayoría de cadáveres le dio el mando total del cementerio. “- me recuerda otro suyo igualmente demoledor que acabo de volver a leer y es tan crudo que me cuesta ponerlo aquí. Creo que lo voy a hacer con la condición de pegar a continuación otro, un poema del que no hace falta hablar porque habla de lo único que reconstruye. Si por la Poesía elegí mi carrera, no puedo dar sólo la dolorida y denunciante; quedaría incompleta y en la naturaleza humana hay Verdad y Bien. La poesía nos pone en contacto con nosotros mismos, y nadie tiene derecho a quitarnos lo mejor y más recóndito que guardamos en nosotros mismos.
Y discúlpame, José Ramón, que haga comentarios tan largos, pero me salen así…
Va el 1º: Cadáver ínfimo, de Ángel González
“Se murió diez centímetros tan sólo:
una pequeña muerte que afectaba
a tres muelas careadas y a una uña
del pie llamado izquierdo y a cabellos
aislados, imprevistos.
Oraron lo corriente, susurrando:
“Perdónalas, Señor, a esas tres muelas
por su maldad, por su pecaminosa
masticación. Muelas impías,
pero al fin tuyas como criaturas.”
Él mismo estaba allí,
serio, delante
de sus restos mortales diminutos:
una prótesis sucia, unos cabellos.
Los amigos querían consolarle,
pero sólo aumentaban su tristeza.
“Esto no puede ser, esto no puede
seguir así. O mejor dicho:
esto debe seguir a mejor ritmo.
Muérete más. Muérete al fin del todo.”
Él estrechó sus manos, enlutado,
con ese gesto falso, compungido,
de los duelos más sórdidos.
“Os juro
– se echó a llorar, vencido por la angustia –
que yo quiero morir mi sentimiento,
que yo quiero hacer piedra mi conducta,
tierra mi amor, ceniza mi deseo,
pero no puede ser, a veces hablo,
me muevo un poco, me acatarro incluso,
y aquellos que me ven, lógicamente
deducen que estoy vivo,
mas no es cierto:
vosotros, mis amigos,
deberíais saber que, aunque estornude,
soy un cadáver muerto por completo.”
Dejó caer los brazos, abatido,
se desprendió un gusano de la manga,
pidió perdón y recogió el gusano
que era sólo un fragmento
de la totalidad de su esperanza. “
ResponderSuprimir
Camino García8 de agosto de 2012 15:02
Y ahora el segundo, que nos lo debemos a nosotros mismos -creo-.
Me basta así, de Ángel González ( de Palabra sobre palabra)
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente
y de besarnos sin hacernos daño
– de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso -;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
yo no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
Aprovecho que grabamos este poema con mis alumnos del zaurín y pongo el vídeo, así como el correspondiente a la canción de Pedro Guerra, con recitados del propio Ángel González, sobre el texto:
Hace mucho que no leía este poema de Ángel González, que es uno de mis poetas favoritos de la posguerra, y no creía nunca que volvería a él con los sentimientos y las sensaciones que estoy viviendo ahora. El final de éste - “Inmóvil mayoría de cadáveres le dio el mando total del cementerio. “- me recuerda otro suyo igualmente demoledor que acabo de volver a leer y es tan crudo que me cuesta ponerlo aquí. Creo que lo voy a hacer con la condición de pegar a continuación otro, un poema del que no hace falta hablar porque habla de lo único que reconstruye. Si por la Poesía elegí mi carrera, no puedo dar sólo la dolorida y denunciante; quedaría incompleta y en la naturaleza humana hay Verdad y Bien. La poesía nos pone en contacto con nosotros mismos, y nadie tiene derecho a quitarnos lo mejor y más recóndito que guardamos en nosotros mismos.
ResponderEliminarY discúlpame, José Ramón, que haga comentarios tan largos, pero me salen así…
Va el 1º: Cadáver ínfimo, de Ángel González
“Se murió diez centímetros tan sólo:
una pequeña muerte que afectaba
a tres muelas careadas y a una uña
del pie llamado izquierdo y a cabellos
aislados, imprevistos.
Oraron lo corriente, susurrando:
“Perdónalas, Señor, a esas tres muelas
por su maldad, por su pecaminosa
masticación. Muelas impías,
pero al fin tuyas como criaturas.”
Él mismo estaba allí,
serio, delante
de sus restos mortales diminutos:
una prótesis sucia, unos cabellos.
Los amigos querían consolarle,
pero sólo aumentaban su tristeza.
“Esto no puede ser, esto no puede
seguir así. O mejor dicho:
esto debe seguir a mejor ritmo.
Muérete más. Muérete al fin del todo.”
Él estrechó sus manos, enlutado,
con ese gesto falso, compungido,
de los duelos más sórdidos.
“Os juro
– se echó a llorar, vencido por la angustia –
que yo quiero morir mi sentimiento,
que yo quiero hacer piedra mi conducta,
tierra mi amor, ceniza mi deseo,
pero no puede ser, a veces hablo,
me muevo un poco, me acatarro incluso,
y aquellos que me ven, lógicamente
deducen que estoy vivo,
mas no es cierto:
vosotros, mis amigos,
deberíais saber que, aunque estornude,
soy un cadáver muerto por completo.”
Dejó caer los brazos, abatido,
se desprendió un gusano de la manga,
pidió perdón y recogió el gusano
que era sólo un fragmento
de la totalidad de su esperanza. “
Tus comentarios son tan largos como bien recibidos en esta casa. ¡Qué bien que sean largos! ¡Qué bien que digan lo que dicen! ¡Qué bien que sean tuyos! ¡Qué bienvenidos son!
EliminarY ahora el segundo, que nos lo debemos a nosotros mismos -creo-.
ResponderEliminarMe basta así, de Ángel González ( de Palabra sobre palabra)
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente
y de besarnos sin hacernos daño
– de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso -;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
yo no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
No sabes lo mucho que me gusta
Eliminar