Acabábamos de visitar la magnífica colección de arte griego y romano que guarda el Altes Museum, un extraordinario edificio neoclásico que abre la isla de los museos a Lustgarten. Beni se había sentado en la escalera para hacer una llamada telefónica, mientras yo me quedé observando a un grupo de mozalbetes que pululaban alrededor de la bañera que centra su fachada con los jardines.
Estaba claro que los chavales iban a iniciar el asalto a la poza pese a las advertencias de una de las vigilantes del museo apostada en las columnas, supongo que de forma permanente por lo habitual del caso. Iniciado el ataque y tras algún frustrado intento y varios estridentes toques de silbato de la vigilante, uno de los intrépidos gamberretes consiguió su hazaña.
Mientras un cuarto compinche se acercaba a felicitar al victorioso escalador, los otros dos, más próximos al acceso al edificio abandonaban frustrados su intento al ver que la vigilante, silbato en ristre, comenzaba un enloquecido descenso de escaleras y se iba a por ellos. Una carrera que finalizó cuando el grupito agresor se reunió con los gregarios que, tumbados en el césped, reían la gracia un poco más lejos.
Y es que este aprecio por el patrimonio es un hecho constatable, aquí, en Pernambuco y, desde luego, en Berlín.
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