Por alguna extraña razón que se me escapa, siempre creí que los alemanes eran de poco salir, supongo que el invierno no invitará mucho al callejeo, sino al refugio, pero el verano es otra cosa. El aspecto que ofrecen las terrazas que invaden el frente fluvial del Rhin a su paso por Colonia, por ejemplo, nada tiene que envidiar al que presenta cualquier terraza española, a no ser por el tamaño de las cervezas (y por su precio, dicho sea de paso, mucho más asequible de lo esperado).
En paralelo a esta calle y hasta el Rhin, los jardines también están atestados de gente con su botellón incluido y el panorama es el mismo a medida que subimos hacia el centro de la ciudad. Ya hablamos de que beber en la calle y, como me apunta la alemaña Bea, en las estaciones, los metros y los buses, es una costumbre local que se ejercita por el día y por la noche.
Porque la noche existe en Alemania (otro tópico a la basura), en la calle y en los garitos hay marcha para todos los gustos: terrazas trasnochadoras, tranquilas coctelerías, after legales e ilegales, discotecas, bares con música en vivo (de todo tipo) o enlatada (de todo tipo) y gente por la calle, algo menos alborotadora que la nuestra, eso sí, pero por la calle, hasta el punto de que, como comenta Bea a mi entrada el botellón: lo de la limpieza de botellas tiene "su miga", la cosa es que aquí las botellas de vidrio y plástico tienen lo que se conoce como "Pfand", que es como una fianza que se paga al comprar (unos 10-15 céntimos creo) y que te devuelven cuando devuelves la botella en el supermercado o kiosko. Esto crea un "sub-empleo" mayoritariamente a jóvenes, jubilados e inmigrantes, que por las noches y las mañanas (sobre todo el fin de semana) se dedica a recoger las botellas de la calle y se ganan un dinerillo, a la vez que la ciudad se evita gastos en limpieza de calles. Nueva y buena enseñanza esta del casco retornable, cosa que ya hacíamos por estos lares pero perdimos cuando nos hicimos modernos.
Dentro del tema festero hay algunas cosas que me llamaron la atención, por parecidas o por distintas a nuestros modos y maneras, que de todo hay:
La vigilante de la playa del Spree con frondoso felpudo incluido que se aprecia en la fotografía, al lado del extraño vehículo que luego describiré, es un novio que celebra su despedida de soltero con parada en la puerta de Brademburgo; nada que envidiar a las estrambóticas comitivas que con igual fin recorren la zaragozana calle Alfonso y aledaños.
A una terraza colonesa se acercó otro grupo celebrante a cuyo novio podías arrancar los pelos de sus velludas piernas mediante la correspondiente tira de cera por el módico precio de dos euros. Por el éxito de la iniciativa entre los usuarios de las terrazas me atrevo a asegurar que el contrayente llegó a la boda totalmente depilado.
El vehículo en cuestión era un engendro a pedales provisto de asientos, barra de bar y grifos de cerveza que sus ocupantes consumían con fruición mientras pedaleaban con no menos ahínco por las avenidas y calles berlinesas. Supongo que el timonel del cacharro bebería otra cosa o nada pues conducir entre coches, bicis y tranvías no es sencillo y, también según Bea: cuidadito si te pillan montando en bici y un poco bebido, que te ponen una multa "como dios manda" y te quitan puntos del carnet de conducir... Vehículo-juerga impensable en estas latitudes (no quiero ni imaginarme a Pere Navarro, director general de tráfico, con un ataque de nervios o frotándose las manos pensando en el montante de la multa ante semejante idea). Cuanto más alemanes (europeos) queremos ser, más nos alejamos de ellos.
Se acercan las ocho en Colonia y animados grupos de gente se acercan a los muelles, los sigo intrigado y comprendo enseguida la razón: los barcos, que durante el día pasean a los turistas por el Rhin, se convierten por la noche en discotecas flotantes que ofrecen fiesta de ibiza, los 80, o cualquier otra cosa temática que se les ocurra. El regreso achispado y de madrugada.
Pero no acaba aquí esta íntima relación entre fiesta y transporte. Ya de noche, una potente música me recuerda a esos coches llenos de altavoces que recorren nuestras calles a ritmo de máquina. Miro y no salgo de mi asombro: un tranvía fiesta, de color oscuro (la iluminación nocturna es escasa), convive con los tranvías de Colonia, usa las mismas vías y transporta a animados viajeros que consumen y bailan en su interior. Estaba cenando y no hay foto, lo siento porque merece la pena. Como se entere Belloch, por un precio razonable, sufragamos las obras del tranvía entre las madrugadas de los viernes y los sábados.
Los garitos distribuidos por el centro son como los conocemos aquí, pero los hay más o menos clandestinos ubicados en casas ocupadas, naves industriales y otros edificios que están abiertos al personal en general y donde, a la luz de las velas, de tímidas bombillas o de iluminaciones muy sicodélicas, puede tomarse una copa.
Los precios, de todo: la cerveza es buena y asequible (en relación precio-tamaño). Es fácil disfrutar de cócteles más elaborados que los combinados de aquí y sus precios (que he pagado) pueden variar desde los 3,50 € en la hora feliz de algunos garitos del centro (hora que se prolonga durante varias, por cierto) hasta los 10 € de un cóctel muy chic.
Hasta dentro de unos días.
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