Los alemanes son gente trabajadora; reconocido es el milagro alemán (y triste que en tierra tan necesitada de milagros parecidos como la nuestra, nos tengamos que conformar con el de Calanda ¿será más fácil regenerar una pierna que arreglar lo del paro?) sucedido tras la segunda guerra mundial y que, seguramente, alguien atribuirá a Ratzinger (Joseph Alois) para canonizarlo cuando acabe su papado. Probablemente por eso, por su competencia, eficacia y eficiencia demostradas, los alemanes tienen un salario medio (no tienen salario mínimo, como corresponde a un país rico que no se anda con menudencias) que duplica al nuestro, por ejemplo.
Durante estos días he tenido sobradas muestras de eficacia y eficiencia laboral germana; ya he comentado alguna, como la del transporte público, sin embargo quiero dedicar un apartado especial a esta cuestión para demostrar que, salvo en el sueldo, la productividad laboral hispana que tanto se compara con la alemana, no está tan lejos de los parámetros de referencia salvo, como ya he dicho, en los emolumentos que se perciben por ello.
Una prueba de esa productividad y de la confianza que los administradores tienen en ella son las dos taquilleras del Neues Museum, que alberga una estupenda colección de arte antiguo (en su mayoría procedente de Egipto junto con algunas piezas prehistóricas y antiguas alemanas) y cuya acertadísima restauración se debe a David Chipperfield y a 300 millones de euros. Pues bien, para contemplar el busto de Nefertiti, por ejemplo, es preciso pasar previamente por alguna de las dos productivas taquilleras que consiguen, ellas solas, formar colas de tres cuartos de hora y más bajo la pertinaz lluvia berlinesa (en el Prado, por ejemplo, son necesarias muchas más taquilleras para conseguir semejante tiempo de espera y/o longitud de cola). Dada la confianza que los responsables del museo tienen en sus empleadas, no han pensado en poner las taquillas en el interior del edificio, ni siquiera bajo alguno de los amplios porches de su fachada, sino en una desamparada caseta a la intemperie (los 300 millones no le dieron a Chipperfield para algo tan prosáico como unas taquillas), formando la fila ciudadana sobre uno de los puentes de Museumsinsel, de forma que la lluvia se una con el viento en perfecta armonía y haga de la espera un suplicio. Obtenido el billete, uno llega a la entrada resguardada bajo techo donde cuatro funcionarios esperan sonrientes tu llegada y abren una puerta que podrías abrir tú mismo para que otros tantos empleados corten tu entrada; como la cola se forma en la taquilla, el trabajo de este personal es eficazmente ocioso. El horario de los museos (de 10 a 18 horas) obliga a ser eficaz en la visita si se quieren recorrer sin empacho todas las colecciones que alberga Museumsinsel en las 72 horas de plazo para ello.
En Alemania hay muchas obras, ya hablaremos de eso, y en todas ellas, fueran públicas o privadas, de calle o de edificio, de restauración o de nueva planta, he visto como peones, albañiles, aparejadores y arquitectos se tocaban las pelotas con eficacia, eso sí, cuando correspondía (o sea, más o menos como aquí). Alrededor de ellas también había curiosos en semejante y eficaz actitud. Intrigado escudriñé rostros y arquetipos y vi pocos turcos o o africanos y muchos alemanes que hablaban alemán entre ellos mientras jugaban metafórica y realmente con sus genitales.
Otra demostración de la eficiencia germana es el comercio: con un horario de 11 a 19 horas para las tiendas más pequeñas consiguen abastecer a toda la población que requiere de sus servicios. Un poco más amplio es el horario de algunas cadenas como una de nombre impronunciable que conozco bien, pues tiene local en Calatayud y centro de distribución en La Almunia. Sus colegas berlinesas consiguen ser más eficientes de 10 a 19 horas que las bilbilitanas de 9 a 21 horas, seguramente el sueldo de las que trabajan en Karl-Liebknecht-Straße será más alto que el percibido por las trabajadoras de Gómez Landa, pero desconozco ese dato.
Son gente seria trabajando, especialmente en hostelería: hasta tres terrazas (dos de ellas atendidas por eficaces equipos de varios camareros) recorrimos para conseguir que alguien nos hiciera caso (es admirable esta fórmula para dar a conocer, por ejemplo, la comodidad de las sillas made in germay o admirar desde distintos puntos de vista la plaza del Europecenter, pero esos no eran nuestros objetivos); en la tercera, atendida por una sola chica cubana conseguimos saciar nuestra sed sin problemas mientras observábamos las dos terrazas contiguas donde el personal parecía haber cumplido su cota de productividad diaria y atendían discrecionalmente algunas mesas, jamás todas. Tras tomar el aperitivo, llegamos al restaurante a las 21:30 horas y todo fueron amabilidades y hasta bromas, la cena resultó agradable y rica, aunque no pudimos tomar ni postre ni café, ya que a las 23 horas todos los camareros dejaron de dirigirnos la palabra y se desentendieron de nosotros hasta el momento de pedir la cuenta que, por descontado, careció de propina. Y es que en todas partes cuecen habas pues también estuvimos en otros restaurantes donde el servicio era exquisito y hasta nos decían auf wiedersehen a la salida, en ellos trabajaban alemanes y foráneos, también españoles (tan escasamente productivos en su país de origen como bien considerados entre la clientela berlinesa).
Es cierto que no he visitado fábricas, donde la cosa productiva debe de ser la releche; tampoco he visto tantos turcos por las calles como esperaba.
A lo peor lo de la productividad baja hispánica es un cuento más que se han inventado para jodernos sin aviso previo por parte de las autoridades de que la cosa que sea puede ser perjudicial para la salud y el bolsillo.
Hasta mañana.
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