viernes, 17 de enero de 2020

Pin parental, menos mal que me voy

Jamás hubiese pensado escribir en un titular: "si lo sé no vengo" refiriéndome a la enseñanza de mis amores, pero es que esto del pin parental (Pin neandertal, veto parental, censura parental...) supera todas mis expectativas. Llevo rumiando hace tiempo aquello de que involucionamos a marchas forzadas, de que el coeficiente de gilipollez de esta nuestra sociedad va en aumento en la misma medida que crece la desafección social por la política y preferimos (el centro izquierda - izquierda sociológico o librepensante) preservar nuestras esencias personales que mojarnos en las batallas que nos molaban en los ochenta o antes, presos del desarme sociopolítico al que hemos estado sometidos desde que un tipo apellidado Guerra desarmó el tejido social de este país para que dejara de ser un tejodo gubernamental (empeño en el que han seguido todos sus subsiguientes).


El caso es que ahora los padres y las madres murcianos (marcianos diría yo sin ánimo de ofender, por la marcianada que supone el caso y que amenaza con extenderse a un Madrid que, al fin y al cabo, está gobernado por una marciana, esta vez, sí, con ánimo de ofender) pueden impedir que su vástago o vástaga asista a una actividad relacionada con la diversidad sexual, por ejemplo; con la diversidad cultural, por ejemplo; con la diversidad política o con cualquier tipo de diversidad sea de la clase que sea, que la diversidad es muy, pero que muy peligrosa (actividades, todas ellas, previstas en la programación general anual aprobada por quien corresponda administrativamente y coherentes con el currículo vigente de la etapa que cursen). Esto quiere decir que, a saber: si papá es homófobo su criatura no puede asistir a una charla sobre sexualidad tan diversa como real; si mamá es xenófoba puede vetar la participación de su infante en las jornadas multiculturales (esas en las que las familias llevan dulces marroquíes, salados rumanos y guisos dominicanos que, junto con los melocotones de la zona, se degustan con alborozo en el recreo); si la abuela fuma, sus nietos y nietas no van a poder ir a una actividad preventiva del tabaquismo en la adolescencia, ni si el abuelo wapea a la otra correpondiente; si al hermano mayor le molan más los chuletones que las acelgas, la hermana pequeña tendrá censurado participar en la campaña de frutas en el recreo, ni mirarlas, oiga; si tío Eddi (que Eduardo no vale para ese oficio) es croupier y, con los 6000€ mensuales de propinas en el casino subvenciona a Vox o a C's, por ejemplo (que al PP ya lo subvencionan los empresarios corruptos), el sobrinerío moralmente no puede acudir a una charleta sobre los riesgos del juego; si los progenitores son empresarios corruptos que proporcionan mordidas al PP, por ejemplo, su prole puede salirse de clase cuando se hable de ciudadanía responsable o de la currupción político-empresarial, que seguro que les toca por algún lado; si la familia consume sustancias psicotrópicas, pueden prohibir a la zagalería acudir a eventos de la asociación de ayuda contra la drogadicción, o si hay un ascendiente del barça, el alumnado tiene derecho, previa autorización paternal, a ausentarse cuando se hable de la victoria del Madid o viceversa. Sólo por poner algún caso.

A ver: la familia tiene el deber de educar y lo hace (o no y a la vista está) según su conciencia, sin más intromisiones gubernativas que las derivadas del mal uso de la patria potestad y siempre por orden judicial, pero la educación ciudadana corre a cargo de las administraciones y a ellas corresponde el marco curricular que la desarrolla, y a los centros educativos, como parte de esas administraciones y dentro de su autonomía docente, desarrollarlo de acuerdo a la normativa vigente. El deber del estado y de sus administraciones a formar ciudadanos y ciudadanas libres es insoslayable y no puede haber familia alguna que se oponga a ello porque en un Estado (sí, esta vez con mayúsculas) que asume las convenciones internacionales (derechos del niño de la ONU incluidas) y su propia Constitución no caben las decisiones, por muy familiares que sean, que las contradigan, al menos, de puertas afuera del domicilio familar (de los adentros ya se ocupará el tiempo y el principio de oposición adolescento-parental, espero). 

¡Me cansa tanta estupidez!

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