Los líderes políticos madrileños (esta vez le toca a Isabel Díaz Ayuso, pero su colega Almeida no se queda corto) se empeñan en darle la razón un día sí y otro también. Resulta que la comunidad de Madrid ha decidido prohibir los móviles en los centros educativos, y se quedan tan anchos.
Los objetivos de tamaña insensatez es, por una parte, mejorar los resultados académicos por aquello de que el móvil distrae y, por otra, combatir el ciberacoso y el bulling.
Vamos a ver, preclaras mentes de próceres patrios: el móvil distrae, claro que sí, se lo pueden preguntar a Celia Villalobos cuando, ejerciendo de tercera autoridad del estado (tras el monarca y el presidente del gobierno) y precisamente mientras el presidente hablaba desde la tribuna, guardaba sus espaldas desde la presidencia de la cámara de diputados jugando al Candy Crush para matar el tedio que le provocaba el discurso presidencial. Claro que distraen los móviles en clase, como distraen las novelas si, también se leen en clase, la poesía o las revistas porno. Pero el móvil también ayuda: permite la consulta inmediata, la colaboración en una pizarra digital, el aprendizaje mediante aplicaciones, la lectura de marcadores de realidad aumentada que permiten ampliar los horizontes del aprendizaje, medir distancias o superficies o temperaturas o niveles de ruido o inclinaciones o cualquier magnitud medible; permiten leer, escribir, comunicarse, crear; permiten almacenar imágenes de una excursión para comentarlas después, grabar una práctica de laboratorio, trabajar en la nube con documentos compartidos, reflexionar sobre el propio aprendizaje en un blog o a través de una rúbrica de autoevaluación, trabajar por proyectos; consultar mapas en los que geolocalizar hechos históricos, accidentes geográficos o puntos de interés geológico... Por permitir, permiten hasta hablar por teléfono. Y es que, bien o malintencionados legisladores míos: el móvil, en un aula donde la vida no es un obstáculo sino un aliciente y donde no manda el libro de texto sino la actividad del alumnado, el móvil es un aliado, no un enemigo.
El ciberacoso, el ciberbulling se combate desde el respeto y el respeto se educa y se educa utilizando los mismos dispositivos desde los que se produce. Malamente se podrá combatir el acoso a través de medios telemáticos y tampoco la adición a los dispositivos si no se educa en un uso racional, respetuoso y, por qué no, educativo de los dispositivos móviles (y, si no, que se lo pregunten a los chicos y chicas del IES Martínez Vargas de Barbastro, creadores de Migotigo, una aplicación para, precisamente, luchar contra el acoso). Dar por supuesto que prohibir los móviles en el centro escolar evita el acoso escolar es una estupidez que ignora la realidad que se produce de puertas para afuera: los centros educativos no son compartimentos estancos.
Los móviles son necesarios en el aula cuando son necesarios para aprender y no lo son cuando no mejoran el aprendizaje, lo mismo que un compás puede ser una herramienta extraordinaria en clase de matemáticas, pero no pinta nada en clase de lengua; esta perogrullada es la que debería marcar el uso de dispositivos en el aula y no el capricho ignorante de políticos no menos ignorantes a los que mola más un titular de periódico que la mejora educativa.
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