Digan lo que digan Arturo Pérez Reverte, la RAE o el lucero del alba, a nadie, repito, a nadie se le ocurrió nunca contradecir al maestro de ceremonias del circo, al mago del conejo o los conferenciantes Unamuno o León Felipe, por citar tres ejemplos facilitos, para reprocharles el señoras y señores con el que iniciaban su sesión.
Por eso diga lo que diga el francotirador Pérez Reverte (al que admiro), la RAE (a la que respeto) o el sursumcorda (a quien no tengo el gusto), si alguien que quiere recabar la atención del respetable puede hacerlo mediante un señoras y señores integrador sin incurrir en delito lingüístico (considero a Unamuno o León Felipe -de los que conservo testimonios documentales del flagrante hecho- poco proclives a atentar contra el idioma), yo seguiré diciendo alumnos y alumnas, maestros y maestras, compañeros y compañeras y hasta señoras y señores, cuando la ocasión lo requiera; utilizaré el femenino cuando la audiencia lo sea mayoritariamente y seguiré oponiéndome a cualquier intento de utilizar el lenguaje como instrumento de exclusión al amparo de un supuesto genérico que no existe.
Ahora bien, mantendré que, pese a admitirlos por repetición (al fin y al cabo la lengua es obra del habla), no me gustan estupideces lingüísticas como jueza, concejala o albañila porque son sustantivos que admiten los dos artículos y una cosa es ponerse en plan talibán de la gramática y otra admitir pulpo como animal de compañía, aunque el lenguaje coloquial lo cobija todo y ahí nos encontraremos.
A veces solo es cuestión de estética.
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