En esta España nuestra, superadora de la crisis de manera tan brillante que hace mear de gusto a los políticos que lo proclaman y, a los demás (patriotas, patriotos o no), debería hacernos mear de la risa que provocan semejantes patrañas si no fuese porque la situación es más para llorar, en esta España nuestra, digo, se lleva a cabo este fin de semana la quinta gran recogida de alimentos en los supermercados para llenar, en la medida de lo posible, las despensas de los bancos de alimentos que tienen que paliar la injusticia de la madrastra patria para con sus hijos accionando el mecanismo de la solidaridad.
Esta mañana, al hacer la compra semanal en el súper, me he encontrado con dos voluntarias que me han solicitado colaboración, especialmente para alimentos infantiles, y es que la pobreza se ceba en la infancia y, según UNICEF, un 40% de los niños y niñas españoles viven por debajo del umbral de la pobreza, un índice que sólo superan en la Europa desarrollada Grecia y Rumanía (Yo también soy español, español, español, pero me sale decirlo con más vergüenza que orgullo).
En esta quinta campaña, me ha llamado la atención que las voluntarias que me han informado no eran las habituales y queridas jubiladas, casi siempre las mismas, eran dos chicas jóvenes, diría yo que una en edad de acabar el instituto y la otra en años de universidad, y me he alegrado de que su juventud me dijera que no todo está perdido, que hay cantera para seguir indignándose porque la falta de justicia nos haga recurrir a la solidaridad. Me han dado las gracias y yo se las he dado a ellas, por estar allí y por devolverme un poco de esperanza y una sonrisa en este sábado frío.
Quiero dedicar estas palabras a gente que, como ellas, como las jubiladas de otras veces o como mi admirado Antonio Maestro están para lo que haga falta.
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