Los medios de comunicación o, lo que es lo mismo, la gran banca y la gran empresa que controlan su línea editorial e ideológica, ya han decidido quién tiene que ganar las próximas elecciones generales, como siempre. Y como siempre aleccionan al personal votante prescribiéndole las recetas con los preparados que mejor van a sentarle (no a la ciudananía, sino a quien lo prescribe).
Que en el debate de el País (y posteriores) hubiera sólo cuatro atriles y que uno de ellos estuviese vacío, no quiere decir que faltara un candidato, faltaban dos: uno (Rajoy) por incomparecencia, permanente -diría yo- y el quinto, Alberto Garzón, por desprecio (hacia el candidato, hacia su electorado, hacia la pluralidad y, sobre todo, hacia la democracia).
Es cierto, quienes mandan en los estereotipos ideológicos del personal, los que crean opinión para evitar que los individuos creen la suya, han decidido que Unidad Popular como bloque y Alberto Garzón como cabecera, están ya amortizados y que no merecen un hueco ni en los debates ni en las portadas. Al fin y al cabo son los medios y sus empresas los que mantienen a los tradicionales PP y PSOE y los que han alzado a los emergentes (porque les dan réditos o pueden darlos) Podemos y Ciudadanos. Los cuatro huelen a lo mismo, y aunque la colonia parezca diferente, los aromas son iguales aunque mezclados en distintas proporciones.
Viendo el debate de el País a posteriori, me doy cuenta de que si bien Rajoy faltó por incomparecencia y Garzón por desvergüenza del convocante, también faltaron los que estuvieron: Sánchez por incompetencia (en vez de desmarcarse de ciudadanos quiere ser más Rivera que el propio Rivera), Iglesias por inoperancia (así es su discurso aprendido y recitado de memoria, tan rimbombante como vacío, tan camaleónico como difuso, tan prepotente como ignorante) y Rivera por incertidumbre (la que esconde bajo su piel de cordero).
En esta campaña, en la que todavía faltan debates vacíos y encuestas interesadas, el voto de muchos no lo decidirán los programas electorales, sino Bertín Osborne y María Teresa Campos, penoso. Y es que se está poniendo de moda el postureo y el lado chabacano (de tan impostado y ridículo que resulta el pretendido lado humano) de los políticos.
Tanto postureo físico (demasiado) y político (el postureo político no es ideología, sino postureo) de los candidatos prescritos por el poder empresarial y bancario me hacen temer que gane quien gane, si es uno de éstos (que lo será, porque ya está decidido) y gobierne quien gobierne, perderemos todos.
Yo, para no perder, votaré a Unidad Popular, aunque pierda.
(Y lo digo públicamente porque el voto no es necesariamente secreto, sino libre para serlo o no serlo y hasta para votar a quien yo decida, no a quien me digan).
(Y lo digo públicamente porque el voto no es necesariamente secreto, sino libre para serlo o no serlo y hasta para votar a quien yo decida, no a quien me digan).
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