Soy de los que siguen la vieja máxima del si no luchas estás perdido, tan manida como
cierta. Estos días andamos de movilizaciones en educación (y es que la
educación tiene que movilizarse siempre, porque todos los esfuerzos -económicos,
sociales, profesionales, personales- son pocos siempre) porque los recortes que
se están produciendo y los que se anuncian van a acabar con este sistema
educativo hijo, como dice mi querida Pilar, de la Revolución Francesa y que,
desde entonces, el pueblo nos hemos venido ganando a golpe de lucha, como todo
lo que hemos conseguido a lo largo de nuestra historia (la del populacho, la
plebe, los siervos... Siempre ha gobernado la oligarquía -porque gobierno y
oligarquía constituyen una igualdad- y aunque la oligarquía se vista de sedas
democráticas, oligarquía se queda, como también se demuestra en la mayoría de
los casos). Confieso que, hasta hace un par de años, en mi vida docente (que es
toda porque comenzó con el parvulito y acabará cuando la jubilación, mi
paciencia o lo inevitable digan basta (-cuando me dediqué a otros menesteres
era universitario-camarero, opositor-obrero...) he visto una evolución que, con
altibajos, me ha parecido, no sólo lógica, sino positiva e, incluso,
satisfactoria en lo personal hasta que, hace poco menos de un año, hemos entrado
en una involución en barrena que sólo puede parar la lucha.
Escribo esto pensando en mis alumnos de ESO o de PCPI
(educación compensatoria). Cuando hablamos del tema (porque hablamos del tema,
igual que hablamos del sexismo, del paro, de la puta crisis, de las
desigualdades o del teorema de Pitágoras y de Fernando VII -con la carrera que
llevamos alguno lo hará bueno-) compruebo que no entienden esto de las
movilizaciones ¿qué se consigue pitando todos los miércoles, profe? ¿qué,
haciendo una huelga general de enseñanza -que secundaron-? ¿qué , con paros
parciales cada miércoles? Acabo de salir de un encierro (breve, eso sí, pero
intenso, eso también); la semana que viene otro. Y esta mañana le han
preguntado a mi cara de sueño si eso sirve para algo. He intentado explicarles:
lo que somos lo hemos conseguido, no nos lo ha regalado nadie, a base de lucha;
que en una sociedad como la actual, en la que es más importante lo que sale en
los papeles y lo que cuentan en la tele que lo que pasa en la calle, es necesario
buscar formas de organizarse para defenderse; que cuando la opinión se impone a la verdad y papeles,
opinión y oligarquía están empeñados en meternos el miedo en el cuerpo para que
no digamos ni mú y asintamos con un
amén a cualquier recorte, no sea que la cosa vaya a peor, es preciso recuperar la
cohesión social, y que pitar juntos, protestar juntos, manifestarse juntos,
encerrarse juntos cohesiona mazo. Que se trata de decir: aquí estamos y no nos
gusta lo que queréis hacer y mantener esa postura firme hasta que se den por
enterados e ir a más en el clamor.
Como no parecían muy convencidos, les he preguntado qué
harían ellos (en otras ocasiones ya se habían manifestado rotundamente en
contra de los recortes) y las respuestas han sido tan variadas como alarmantes:
nada, harán lo que quieran de todas
formas ha sido una, parece que el veneno del inmovilismo va cuajando en
muchos sectores. Que un chico de segundo de ESO proponga las bombas como
solución y tenga la aprobación de unos cuantos, con distintas variantes que
incluyen rotura de cristales, fuegos intencionados y otras acciones violentas
es otro indicativo inverso y preocupante. Las hay que están al cabo de la calle
y comentan la que están montando los mineros: radicalizar la protesta es otra
alternativa.
Algunas familias (y algunos docentes) no están de acuerdo con las movilizaciones
porque impiden cumplir con el programa escolar, son las que entienden la
educación de sus hijos como la preparación para el concurso saber y ganar que
da becas, plaza en la Universidad y un expediente académico excelente. Otras
ven los centros educativos como el sitio donde saben a sus hijos a salvo
durante la jornada escolar, porque más tarde deambularán por la calle sin nadie
que se ocupe de ellos. Algunas, coinciden conmigo en que educar es preparar para
la vida; que además de conocer a Fernando VII y a Pitágoras es necesario saber
que ahí fuera hace frío sin que tenga que decirlo el telediario, y lo hace:
meteorológico, económico, social, laboral..., y la gente pasa todos esos fríos
hasta tiritar; que la crisis es culpa de otros pero la pagamos todos es materia
de estudio de sociales, de lengua, de matemáticas, porque la crisis está ahí
fuera y también en las aulas; que los mundos de Yupi solo suceden en el
imaginario televisivo, que la vida es otra cosa y el tortazo puede ser de
matrícula de honor cuando se pone a dar hostias.
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