- Me encuentro con la noticia de un nuevo atentado contra el monumento a las trece rosas de Móstoles (y van tres desde el año pasado).
- Eloy Valero Asensio, consejero comarcal del PP en la comarca de Tarazona y presidente, nada más y nada menos que de su comisión de cultura (manda güevos, que diría su correligionario Trillo) escupe sapos y culebras contra el personal de Podemos con el peor estilazo machista, xenófobo, homófobo y, aunque sea cosa menor (o no), con faltas de ortografía del calibre de "acojerte" o "vejetal", impropias no solo de un gestor de la cultura comarcal sino de un patriota que alardea de ello y que pisotea ese patrimonio común que es la lengua.
- Un individuo con pasado militar y maltratador, prueba su puntería poniendo ante su punto de mira a miembros del gobierno de España y se descojona después de rematar la faena con una airosa peineta.
- Durante el confinamiento, la sede del PSOE y otros lugares de Calatayud aparecieron con pintadas calificando al partido socialista de asesinos y otras lindezas.
Sólo son cuatro ejemplos de esta pandemia de odios que parece haberse desatado también por contagio y para la que no sirve más profilaxis que la denuncia y el repudio. El huevo de la serpiente está incubado por líderes cuyo único argumento es sembrar rencor mediante un discurso que no atiende a los datos objetivos sino a un andamiaje ideológico que se construye desde la negación de la verdad y, curiosamente desde el apoliticismo.
Por lo visto, en España sólo estamos politizados en la izquierda, toda esta gente que hace del odio su argumento se declara apolítica, más o menos como lo hacía Franco. El pasado viernes, sin ir más lejos, a la hora del vermú, me senté en la terraza del bar de abajo, después de una mañana de trabajo. Dentro, y sin ninguna medida preventiva, como de costumbre, se desarrollaban dos tertulias a grito pelado de esa especie a la que podríamos denominar como los EAI (expertos apolíticos inmunes): Acodados en la barra, cuatro militares más jóvenes que yo, pero que llevan en la reserva más de una década, despotricaban contra Pedro Sánchez, "el coletas", Fernando Simón, los ministros podemitas y toda esa tribu, regando su discurso con cervezas e intercambio salivar dada su proximidad y su enfervorizada dialéctica. Alrededor de una mesa, media docena de jubilados hacían lo propio al amor de sus cortados o sus vinos.
Y es que los partidarios de la política parlamentaria macarra y tabernaria son los mismos que la practican en los bares, las galerías de tiro, los tweets pasados de rosca o las amenazas anónimas y para que éstos sigan con sus diatribas sobreactúan sus (de ellos) señorías macarras.