Me parto con el "Calatayud gastro": por segundo año consecutivo escribo de la experiencia lingüística que supone bucear en el programa del evento gastronómico donde la proximidad es la protagonista de todo excepto del lenguaje.
Primero una declaración: ¡Juro solemnemente, por mi conciencia y honor, que los vinos del terreno son estupendos (casi todos, que también los hay peleones) y que los productos de la huerta y del tocino, con el fardel como protagonista, extraordinarios!
A lo que añado, ahora exento del juramento, que todos ellos (vinos y productos huertanos y matapuercos) maridan (que no marinan, por más que se empeñe el concejal de turno -maridaje, casamiento) maravillosamente con nuestros vinos (recomiendo vivamente la garnacha blanca).
Ahora bien, para vivir en un país donde el presidente del gobierno espanta las preguntas en lengua inglesa con el rabo, como a las moscas, y en un lugar donde la escuela de idiomas tiene la tasa más baja de matriculaciones per cápita de todo Aragón, nuestro desempeño de la lengua inglesa a la hora de promocionar los productos de la tierra entre propios, extraños y ciudadanos de Kansas City o Bloomsbury, por no decir Titusville (Pensilvania) es francamente notable.
Veamos:
El viernes 10 se programó una show cooking con mensaje eco, que bien puede ser una demostración gastronómica con productos ecológicos como un show donde resuena el cooking, ing, ng, g... o cualquiera otro engendro programático. A ver ¿tan complicado es escribir en español y llamar a los actos por su nombre? Dicho sea con el debido respeto de un apátrida nada nacionalista, pero amante de su lengua materna como patrimonio.
Admito Harley Davidson porque es una marca y hasta lo de Zaragoza chapter, porque lo de sección zaragozana para los harleydavidsonianos sonaría a una señora con moño, camisa azul y yugo con flechas montada en una motaza; pero puestos en plan road moovie (Telma y Louise irían por el Ribota en una C10), lo del food truck me parece salirse del tiesto académico y me remito a lo que un día escribí acerca de una concentración de furgonetas comidistas en las Armas:
Leo en el Heraldo que este finde hay, en la calle de las Armas, un encuentro de furgonetas de comida superflus que no pienso perderme.
Lo malo es esa fiebre por revestirlo todo de inglés, como si cagar en el water fuera mas chic que hacerlo en el retrete, y que bautiza a las tales furgonetas como foodtrucks y al encuentro como catatruck, con lo molón que sería furgocata o, para que sea más acorde con la población del Gancho, fragocata.
¿O es que los navarros, por ejemplo, van a tener que cambiar la letra de su conocida canción y, a partir del invento, serán pillaos por el foodtruck del helao?
¡Vamos, no me jodas!
Como barman sí que está en el diccionario (parece que han hecho caso y han suprimido el apelativo barista del año pasado), sólo me queda agradecer que hayan conseguido escribir un programa un setenta y cinco por ciento más españolista que el año pasado, que todavía no hayan encontrado palabro anglófono alternativo a fardel y que las bodegas San Alejandro, una de las perlas de la DO Calatayud, sigan apareciendo como tales descartando, de momento, el St. Alexander que me temía
Ahora, desaparecidos los funghipack y las cofee experience, sólo falta que en la cuña radiofónica se entienda alguna parabra más que Calatayud y los determinantes y que se castellanicen dos o tres cosillas para que nuestro presidente consiga entender el alcance del programa y pueda ejercer de cincunspecto inaugurador en la próxima edición al grito de ¡viva el vino!
Que aproveche
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