En la mañana del 20 de noviembre de 1975, los altavoces del dormitorio colectivo me despertaron con la noticia que Arias Navarro pronunciaba en tono lastimero:
¡Españoles, Franco ha muerto! ¡Mentira! treinta y seis años después me he dado de bruces con la realidad:
¡es mentira!
Franco no ha muerto, proclaman los que condenan por venganza, como acusa el ex-fiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo.
Franco no ha muerto, corroboran quienes juzgan lo que entrañan hijos y nietos de las víctimas del franquismo.
Franco no ha muerto, lo dice María, que a sus ochenta y un años no quiere morirse sin enterrar a la madre que le mataron cuando tenía seis.
Yo me quedo con el gesto y la mirada de María y la triste certeza de que Franco tardará mucho en morir.