martes, 24 de diciembre de 2019

La comunidad de Madrid prohíbe los móviles

Hace unos días, Sergio del Molino, autor de la "España vacía" (cuya lectura recomiento vivamente), colgaba este comentario gráfico en sus redes al hilo de una viñeta del último mono.


Los líderes políticos madrileños (esta vez le toca a Isabel Díaz Ayuso, pero su colega Almeida no se queda corto) se empeñan en darle la razón un día sí y otro también. Resulta que la comunidad de Madrid ha decidido prohibir los móviles en los centros educativos, y se quedan tan anchos.

Los objetivos de tamaña insensatez es, por una parte, mejorar los resultados académicos por aquello de que el móvil distrae y, por otra, combatir el ciberacoso y el bulling.

Vamos a ver, preclaras mentes de próceres patrios: el móvil distrae, claro que sí, se lo pueden preguntar a Celia Villalobos cuando, ejerciendo de tercera autoridad del estado (tras el monarca y el presidente del gobierno) y precisamente mientras el presidente hablaba desde la tribuna, guardaba sus espaldas desde la presidencia de la cámara de diputados jugando al Candy Crush para matar el tedio que le provocaba el discurso presidencial. Claro que distraen los móviles en clase, como distraen las novelas si, también se leen en clase, la poesía o las revistas porno. Pero el móvil también ayuda: permite la consulta inmediata, la colaboración en una pizarra digital, el aprendizaje mediante aplicaciones, la lectura de marcadores de realidad aumentada que permiten ampliar los horizontes del aprendizaje, medir distancias o superficies o temperaturas o niveles de ruido o inclinaciones o cualquier magnitud medible; permiten leer, escribir, comunicarse, crear; permiten almacenar imágenes de una excursión para comentarlas después, grabar una práctica de laboratorio, trabajar en la nube con documentos compartidos, reflexionar sobre el propio aprendizaje en un blog o a través de una rúbrica de autoevaluación, trabajar por proyectos; consultar mapas en los que geolocalizar hechos históricos, accidentes geográficos o puntos de interés geológico... Por permitir, permiten hasta hablar por teléfono. Y es que, bien o malintencionados legisladores míos: el móvil, en un aula donde la vida no es un obstáculo sino un aliciente y donde no manda el libro de texto sino la actividad del alumnado, el móvil es un aliado, no un enemigo.

El ciberacoso, el ciberbulling se combate desde el respeto y el respeto se educa y se educa utilizando los mismos dispositivos desde los que se produce. Malamente se podrá combatir el acoso a través de medios telemáticos y tampoco la adición a los dispositivos si no se educa en un uso racional, respetuoso y, por qué no, educativo de los dispositivos móviles (y, si no, que se lo pregunten a los chicos y chicas del IES Martínez Vargas de Barbastro, creadores de Migotigo, una aplicación para, precisamente, luchar contra el acoso). Dar por supuesto que prohibir los móviles en el centro escolar evita el acoso escolar es una estupidez que ignora la realidad que se produce de puertas para afuera: los centros educativos no son compartimentos estancos.

Los móviles son necesarios en el aula cuando son necesarios para aprender y no lo son cuando no mejoran el aprendizaje, lo mismo que un compás puede ser una herramienta extraordinaria en clase de matemáticas, pero no pinta nada en clase de lengua; esta perogrullada es la que debería marcar el uso de dispositivos en el aula y no el capricho ignorante de políticos no menos ignorantes a los que mola más un titular de periódico que la mejora educativa.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Libertad de enseñanza

Llevo años buceando en la Constitución Española en el intento vano de encontrar uno solo de sus artículos en el que se diga que el Estado está obligado a subvencionar a su cuidadanía la educación en empresas privadas educativas.

Esta semana, la ministra Celaa ha escandalizado a los promotores de estas empresas, ya sea los encuadrados en la FERE, que es la patronal de las empresas educativas católicas (no vale andarse con eufemismos) y la mayor beneficiaria de estas subvenciones ya sean otros centros laicos y de alguna otra confesión cristiana, que también las hay, aunque minoritarias. Y es que la titular en funciones del Ministerio de Educación y etcétera se ha descolgado en la inauguración del congreso de Escuelas Católicas diciendo lo que pienso desde siempre: que la Constitución no avala ningún derecho referente a la gratuidad de la Educación fuera del sistema de centros públicos. ¡Bien por Celaa!

foto: EDUARDO PARRA (EUROPA PRESS)
Una lectura atenta y pormenorizada del texto constitucional así lo demuestra y como aquí, pese a que se empeñen en ello algunos tribunales que suelen fallar en contra de las administraciones que intentan impedir tímidamente que las empresas educativas privadas se pasen en lo que es una concesión y no un derecho (y en Aragón tenemos muy frescos los casos del Ánfora, del Opus (segregadores y, por ende, contrarios a lo dispuesto en las leyes educativas) o de algunas aulas que se cierran por sobreoferta de plazas escolares en la zona o localdad) lo que vale es el literal de la norma general del Estado, a su articulado me remito:

Artículo 27.
1. Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales.
3. Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
4. La enseñanza básica es obligatoria y gratuita.
5. Los poderes públicos garantizan el derecho de todos a la educación, mediante una programación general de la enseñanza, con participación efectiva de todos los sectores afectados y la creación de
centros docentes.
6. Se reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro del respeto a los principios constitucionales.
7. Los profesores, los padres y, en su caso, los alumnos intervendrán en el control y gestión de todos los centros sostenidos por la Administración con fondos públicos, en los términos que la ley establezca.
8. Los poderes públicos inspeccionarán y homologarán el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las leyes.
9. Los poderes públicos ayudarán a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca.

Dado que la oferta estatal garantiza la obligatoriedad y gratuidad al que hace referencia el punto 4, en el resto de los casos, el Estado deberá ser el garante de la libertad de enseñanza y de la que permite crear centros pertenecientes a empresas educativas privadas, pero en ningún caso se compromete a mantenerlos con fondos públicos, de la misma manera que garantiza la libertad de prensa pero no está obligado a subvencionar a los medios para que sean gratuitos.

En cuanto a la educación religiosa y moral y el derecho de las familias, en los colegios públicos hay clases de religión (católica, evangélica, muslmana... según zona y credo de las familias), aunque mi apuesta es por la educación laica y, si no hay manera de sacar a la religión de las escuelas, el profesorado debería ser costeado por los propios fieles e impartirse fuera del horario curricular, pero esto ya es una opinión.

lunes, 11 de noviembre de 2019

eLECCIONES

Sólo haré un comentario a los resultados electorales de ayer: el Real Zaragoza consiguió empatar en el campo del Almería tras un excelente control de Linares que cruzó el balón a las mallas tras una gran asistencia de Guti.
He dicho.



viernes, 8 de noviembre de 2019

Y los de mi pueblo...

Lo reconozco, soy y seré siempre un pueblerino. Esta noche he ido al cine: me apetecía ver "mientras dure la guerra", la peli de Amenábar que me ha parecido magnífica. El guión, la interpretación de Karra Elejalde como Unamuno o como le de la gana, que para eso es de Bilbao o de cerca; Eduard Fernández haciendo del legionario Millán Astray, tan peligroso él que en A Coruña atan la mano única de la estatua del general que vestía de coronel, no sea que desenfunde el revólver que lleva al cinto; Santi Prego de un Franco tan falso como cierto, clavado; Patricia López, todo un gran descubrimiento en el papel de la hija de don Miguel, lo mismo que Mireia Rey en el complicadísimo papel de Carmen Polo o Tito Valverde en un inigualable General Cabanillas (qué gilipollas, el general, no Tito). La peli es necesaria porque, independientemente de licencias históricas, que las tiene (al fin y al cabo es ficción), cuenta los vaivenes morales de un intelectual, las cobardías del dictador que alargó la guerra innecesariamente para matar al enemigo y a los suyos, la estupidez del legionario hoy reflejada en Vox, el asesinato indiscriminado...
Pero mi rollo no iba por ahí.


Al lado de mi alojamiento había dos cines que ponían la peli, uno a las 20:10 y otro a las 22:00. He elegido el tempranero, un Yelmo de luxe o algo parecido y me he quedado a cuadros: resulta que el cine o lo que sea, tenía butacas abatibles, con botón para sacar el reposapiés y quedar tumbado, lamparita para cada dos, USB y bandeja retráctil. En el reposabrazos un timbre para llamar a alguna de la media docena de camareras que se movían por la sala trasegando menús de pareja con postre, platos de ibérico, pizza, hamburguesas diversas incluso veganas, palomitas y todo tipo de bebidas, cócteles, cervezas y sangría para turistas. La pareja de al lado ha pedido plato de ibéricos para picar, menú de pareja con primero y segundo, una botella de Rioja y tocino de cielo de postre, amén de una marmita de palomitas para ir tirando que, con todo lo demás y gracias a Dios que siempre sea loado se han ido a masticar a la fila anterior que estaba libre y como de aquí a Pernambuco de distancia.

Yo, como sólo he ido a ver la peli por el módico precio de 14 y pico la butaca abatible, me he sentido por primera vez en mi vida, que nunca me he identificado con el actor, como Paco Martínez Soria en "la ciudad no es para mí", con ganas de preguntar al camarero que me miraba mal cada vez que pasaba por delante y no le pedía una comanda aunque sólo fuera de palomitas, de preguntarle, digo, boina en ristre aquello de "oiga, señor guardia ¿Y los de mi pueblo cuándo pasan?"


miércoles, 6 de noviembre de 2019

¿Está el enemigo?, que se ponga



Como me aburro, estoy solo en Madrid y no tengo ganas de salir, que estoy cansado y no hace buena noche, he ido y me he dicho: voy a hacerme un par de enemigos (o más, que tendría que haber una red social que en vez de amigos atesorara enemigos) que tengo pocos. Voy allá:

Alucino con las manifestaciones estudiantiles (orales y en la radio, que las de calle también fracasaron en víspera de puente) contra de la sentencia del procés: hemos venido pocos (menos de mil) porque la gente está cansada, dijo uno con toda su jeta, y es que los chavales de la revolución indepe necesitan reponer fuerzas porque les queda mucho trecho, pese a que la evaluación se la van a poner "a güevo" porque la nueva Catalunya no necesita médicos que sepan detectar un cáncer a tiempo o ingenieras capaces de construir otra cosa que no sea el camino hacia la llibertat.

Resulta que las revoluciones actuales se hacen en laborable, porque en finde los jovenzanos se van de farra, como procede, y se hacen los selfis en el garito o botellón de turno en vez de sacarse la foto delante del contenedor ardiendo, botella de fairi en astillero. 

Resulta también que todos los García, Martínez, Pérez "i" López de las CUP (qué complicado es encontrar uno solo de esos ocho apellidos catalanes en las filas unionistas-populares se van a llevarles flores en el puente de todos los santos a sus abuelos o a sus padres (charnegos ellos que decidieron reposar sus huesos en el lugar donde nacieron) al cementerio de Paracuellos de Jiloca, Jumilla, Bollullos par del Condado o de la Mitación o Villarriba y Vilabajo (que no Viladalt "i" Vilabaix), después de que, por intercesión del teléfono de Gila, hayan conseguido que el enemigo pare la guerra porque nos vamos de puente.

Los que me conocen saben que estoy por el derecho a decidir, pero también saben que me cargan los fariseos. Las revoluciones se hacen con todas las consecuencias o no se hacen, por eso he renunciado a las mías (no del todo, que estoy de puente).


jueves, 15 de agosto de 2019

El Redford



Anoche me encontré con el Redford. Mi primer destino como maestro (ya funcionario de carrera, antes estuve en Baleares), fueron un grupo de adultos (o no tanto), yo tenía 24, ellos eran una tribu variopinta de jovenzanos (sólo dos o tres años menos que yo, algunos hasta ocho) a los que la escuela de la época había desplazado hacia el olvido. Anoche el Redford me recordó que les hablaba de libertad y de justicia y que en clase colgamos una foto de Juan Salvador Gaviota "Sueña lo que te atrevas a soñar. Ve donde quieras ir. Sé lo que quieras ser... ¡Vive!" Me dijo el Redford que esa foto y esa frase le había venido muy bien, así que la recupero. También filosofábamos con Voltaire y la libertad, pero de eso ya no se acuerda.


De Voltaire se acordaba Rosa, pequeña como un comino, pero muy lista. 

Que a un año de la jubiliación, mis alumnos y mis alumnas, ya mayores, hombres y mujeres de provecho, que decía mi padre, se acuerden de que estábamos hablando de libertad, me pone como una moto.

Entonces no me daba cuenta, pero ahora voy a tener que ir a que me den clases de vida.

miércoles, 3 de julio de 2019

Inclusión

Hace un tiempo, una madre con razones, pero no todas, me discutía en las redes acerca de quién enseña y quién educa y me respondía con una frase no exenta de razón que puede conducir a alguna sinrazón: la familia educa, la escuela enseña.

Ahora, que ha saltado a los medios la noticia del la expulsión de Inés, una niña con necesidades especiales, en un campamento de inglés, me vuelve la idea de esta madre a la cabeza y me reafirmo en mi tesis: la familia tiene la obligación de educar y la escuela tiene la obligación de educar..



Pero la obligación de educar en la escuela es ineludible cuando la educación que proporciona la familia es moralmente reprobable y en éste, y en otros muchos casos, lo es. En esta sociedad que tiende más hacia la distopía egoísta que propugna el capitalismo en vez de hacia la utopía igualitaria y fraternal que nos legó la Revolución Francesa, la escuela intenta hacer bandera de la inclusión porque la sociedad no es inclusiva, porque muchas de las familias que la componen desconfían del diferente, marginan a quien tiene capacidades diferentes e inculcan valores éticamente despreciables y democráticamente reprobables.

Cuando las familias son moralmente discapacitadas (y es la discapacidad moral la única discapacidad rechazable) y proporcionan a sus hijos e hijas una educación éticamente inaceptable, la única referencia moralmente justa e inclusiva que tienen el alumnado es la que puede proporcionarles la escuela, aunque su capacidad para imponerse sobre la mala educación familiar es escasa.

Diverbo (que, por cierto, ha cerrado su página web temporalmente, incapaz de asumir su propia vergüenza), la empresa promotora del campamento, debería perder su licencia educativa de inmediato y la familias que han provocado la expulsión con sus mensajes cruzados (cosa, por otra parte, tan común como venenosa en el ámbito educativo), llamadas a testificar en la denuncia que CERNI ha presentado ante la fiscalía para que, también allí, hagan gala de su bajeza moral más propia de nazis que de ciudadanos supestamente normales.

viernes, 8 de febrero de 2019

Mediar


No deja de asombrarme, y eso que estoy curado de espanto, la capacidad que tenemos los humanos en general y los españoles (en particular y en este caso) para dejarnos llevar, consciente o inocentemente, por el río de la manipulación.
Menuda se ha montado con lo del mediador, relator, convidado o convidada de piedra o como quiera el demonio que se le acabe llamando si es que la cosa no acaba en uno de esos abortos de los que abomina Pablo Casado.
Soy maestro con 35 años a mis espaldas, 56 años de escuela, que se dice pronto. Y en ese tiempo he aprendido que la mediación es la única solución posible, positivamente hablando, en la resolución de conflictos. En educación, mediamos los profes, media el alumnado, hay que mediar con familias, con alumnado, con docentes, con administración, con concejos y con cualquier combinación de esos n elementos tomados de n en n y, las más de las veces, el proceso soluciona los conflictos a corto o, en  casos complejos, a medio plazo. Y, en caso de fracaso, el proceso acaba siendo tan enriquecedoramente rico (como agotador) que siempre queda un aprendizaje, una vía sin cerrar del todo o, si el fracaso es estrepitosamente palmario, el recurso a otras vías tan poco empáticas como resolutivas (y generadoras de nuevos conflictos, dicho sea de paso, que la ocasión lo requiere).
Sigo siendo sindicalista, ahora más de a pie. Pero algún convenio local o alguna reivindicación profesional me ha tocado negociar. Y la clave está en la palabra, porque sin voluntad de conciliar no hay acuerdo perdurable, posible, sí, pero no perdurable.
He sido político, de pequeñas cosas, eso sí, y he comprobado que sin mediación, las organizaciones se deshacen por esa propiedad física que tienen las partículas de izquierda de chocar entre ellas y que se conoce por el nombre científico de disociación ideológica degenerativa.
Conozco hasta diez parejas que han roto su relación amistosamente porque han contado con la mediación de un letrado común que ha hecho de puente en la ruptura y muchas más que se han dejado media vida y el patrimonio en pelitear por un quítame allí esa mamandurria que diría la otra (léase Esperanza o la cólera de dios, así, en pequeñito, porque así es el dios de los liberales).
Se media en asuntos de lindes (para eso estaban los jueces de paz), de herencias, de amistades y hasta de riegos. Se medió con ETA, con los militares golpistas, con la legalización del PCE, con el otro rey para que se fuera al pedo y hasta con la rendición de Granada.
Existen espacios de conciliación donde esas ex-familias de imposible entendimiento intercambian hijos y hasta los padres de la iglesia se reúnen para saldar sus cuentas pendientes con lo divino o lo humano bajo la mediación del Espíritu Santo, esa tercera persona, no sé si del singular o del plural que, a la vista de los acontecimientos, pasa de iluminar a nadie.
Hasta el Papa Francisco se ofrece como mediador (si las dos partes lo quieren), que lo dice el ABC, esta vez sin cuestionarlo porque el Papa es inefable.
No me cansaré de decir que no pertenezco a  la fan zone de Pedro Sánchez en mi ascensor ni al club de las ministras diabéticas aceleradas, tampoco a los poetas muertos/ ministros sobrevalorados; ni me representan los demás iluminados de la izquierda ególatra y salvadora y mucho menos los esperpentos de la derecha neopatriótica y arribista, al mismo nivel que los nacionalistos de cualquier senyera. Pero no dejo de reconocer que la mediación es la mejor manera de solventar los conflictos y que otro gallo nos cantaría si habláramos más y gritáramos menos.