domingo, 20 de diciembre de 2015

El voto de la izquierda

Recuerdo que, hace ya muchos años, en la campaña de unas generales en las que Anguita era el candidato de IU y yo iba perdido en el quinto o sexto lugar de la lista por Zaragoza, estábamos pegando carteles en el barrio de San Atnonio cuando mi amigo Agustín Sanmiguel subió con unas fotocopias en A3 que reproducían el artículo que Paco Umbral había publicado en la contra de El Mundo. El voto de la izquierda se titulaba. Dentro de un rato también votaré por Agustín.

 El domingo me pondré la camisa limpia, el traje nuevo, la bufanda roja y me iré, temprano, a votar. El domingo, este domingo, me lavaré mejor los dientes, me afeitaré de cuchilla, que apura más, y me iré, con mis zapatos crujientes, a votar. Va uno con la idea del voto en la cabeza como una lengua de fuego, como un pentecostés, va uno con una candela luciente bajo el sol del domingo, un voto no es nada, sólo una llamita de intención que se apaga y se enciende según los vientos políticos, según el terral y el garbí de los periódicos, de lo que pasa, de lo que dicen. El domingo, como los mozos de Monleón, remudaré con despacio para irme a votar temprano. El voto al felipismo (han acabado con el socialismo) ya no tiene sentido, o sólo tiene un sentido meramente defensivo. Sería un voto para parar a la derecha, pero es que hoy estamos entre una derecha inconsútil, siemprevirgen, intacta, sin ocasión ni intención de putrefaccionarse (dicen) y un Gobierno -¿de izquierdas?- que es una barraca de feria, un paredón de fusilamiento, un pim, pam, pum, fuego. Nuestra memoria sentimental está con el socialismo, y lo que nunca le perdonaremos a Felipe González es haber disipado el socialismo, su idea y su historia, entre cambios de opinión, cambios de Gobierno, cambios de política y cambios del cambio. Es de una incoherencia obscena el que en estas elecciones sigan vendiendo socialismo, cuando en plena campaña no son capaces de parar, siquiera por razones electorales, la huelga de la Seguridad Social, que sufren mayormente los enfermos pobres, ese metalúrgico tirado en una camilla ingrata y estruendosa, que va por los pasillos del hospital, empujado de un lado a otro, sin saber dónde está, asistiendo a su propia autopsia con esperanza y paciencia. La culpa no es de los médicos, claro, sino del Estado. Julio Anguita es la izquierda programática, claro como un manual para hacer socialismo democrático. Julio Anguita no hace campaña a la americana (un americanismo pasado por Luis García Berlanga), sino que adopta un tono dominical, que es el día de la verdad y de las verdades, y tiene esa fuerza inerme que da la razón, pero no monta el espectáculo, circo y fieras, y hay quienes no le perdonan esa falta de espectacularidad, porque aquí el gentío quiere la becerrada gratis y si no se aburre. Julio Anguita cree o supone que basta con la verdad, pero estamos en una democracia moderna y capitalista que además exige la espectacularidad, lo mediático, las palabras fuertes y el navajeo portohurraco. De otro modo, el personal se desanima y el domingo opta por quedarse en casa, de ahí tan fuerte abstención. Ya que no se mueve a los españoles por las ideas, hay que moverlos a gritos. Gritos e insultos, mejor que gritos y susurros. Anguita, con otras palabras, lo que viene a pedir es escuela y despensa, como un Costa marxista, como un Marx terruñero y regeneracionista, que para eso se ha quedado la izquierda real, para barrer la cachiza de tanto señorito perdis, felipista, fraguista o de la Tuna de la Complutense, que están haciendo de las elecciones la Casa de la Troya y de Aznar una rondalla. A mí Aznar se me parece al de la pandereta, por lo marchoso. El domingo, este domingo, voy a madrugar como un hortelano, voy a ponerme la pana limpia, el vaquero de vestir, y voy a caminar despacio, meditativo, por mi pueblo, hasta la urna. En la cabeza llevo mi voto y lo pasaré a la papeleta. El voto de la resignación, el voto de la participación, el voto de la emoción, el voto útil e inútil de la verdad y la violencia de alma, para quedar en paz conmigo mismo y tomarme luego un tinto, el tinto sobrio y duro del deber cumplido y el domingo santificado. El voto de Izquierda Unida.

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