jueves, 19 de junio de 2014

A vueltas con la familia real

Las palabras son un poco putas o los nombres son un poco putos, como se prefiera. Y es que están empeñados, a fuerza de repetirlo, que la familia real está compuesta por el rey (nuevo), la reina (nueva), las niñas (princesa e infanta) y los abuelos (los cesantes). Pues va a ser que no.

La familia real, la de verdad, está compuesta por una madre y un padre (a veces sólo una madre, dos madres, dos padres...), uno, dos (o los que sean) hijos o hijas y, a veces, es cierto, los abuelitos. Ni el padre viste fajín ni la madre sedas de marca chic, no señor; a veces visten del primark, si las cosas no van mal de mango o, si me apuran, de U; otras veces visten de cáritas o de prestado, que viene a ser lo mismo, porque cuesta llegar a fin de mes. Y los chicos de chándal, nuevo o semi, según se dé.

Los cabezas de familia de la familia real pueden cobrar una asignación decreciente en función de su trabajo de derechos decrecientes, su paro de justicia decreciente, su ayuda familiar de equidad decreciente, la beneficencia, la caridad o nada.

La casa real tampoco es la que pregonan las revistas del colorín; la casa real tiene hipoteca que se puede o no se puede pagar; que peligra de embargo o amenaza de desahucio. Tiene luz eléctrica o no, agua corriente o no; incluso puede no tener paredes ni techo ni ser casa. En casa real de la familia real no se come pularda, sino macarrones (a veces se come de cáritas o de prestado o no se come), ni se bebe bling, sino agua del grifo (o de la fuente si la han cortado), fontjaraba como mucho y si está de oferta. Eso sí, en la casa real pueden estar el abuelito, la abuelita o los dos; en algunos casos recientemente, porque han tenido que salir de la residencia por impago o para, con la pensión, echar una mano a los hijos. También la casa real puede ser propiedad de los abuelitos, porque la familia real se ha tenido que realojar allí después de que la banca les quitara la casa imaginada.

Los vástagos de la casa real van a una escuela pública, rica carencias materiales y convivencia, donde no se sustituye a los maestros que enferman ni se atienden todas las necesidades alimenticias y/o intelectuales porque las becas de comedor o de libros de texto no llegan a todos los que las necesitan. A veces los herederos de la familia real hacen en el cole su única comida caliente del día, otras ni eso.

Cuando la familia real enferma acude a la sanidad pública recortada, maltratada y si tienen que operarlos se incorporan a una lista de espera cada vez más larga.


Para la otra familia real, esa que está saliendo a todas horas en la tele, está la vieja baraja de familias que imprimía don Heraclio Fournier. Así, los miembros de esa familia real vivirán en un entorno tan real como corresponde: el abuelo real podrá hacer migas con los abuelos árabe y mejicano y jugarse en unas partidas de mus el AVE del desierto; la abuela real podrá hacer caridades con la abuela bantú; la reina real hablará de sus cosas con la madre esquimal, que tienen mucho en común; el rey real entablará relaciones con el padre (y gran jefe indio), que para eso se adornan plumas y abalorios; la infanta real podrá jugar a las muñecas con la hija china, y la princesa real, tan rubita ella, iniciar relaciones (primero inocentes hasta que tenga edad, eso sí, que no son monegascos) con el hijo tirolés y así tendrán infantitos rubitos, serán felices y comerán perdices.

Y el personal aplaudirá enfervorizado agitando banderas rojigualdas mientras les van dando.

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