domingo, 3 de junio de 2012

Que no tarde tanto

Me había propuesto volver a escribir sobre Bankia, pero no tengo fuerzas o, mejor, prefiero no amargarme la tarde del domingo y mañana será otro día. Por eso, me he ido a mis poetas de cabecera y me he inyectado a Oliverio Girondo en vena, siempre me reconoce y me escribe algo, hoy:




Tardará, tardará. 

Ya sé que todavía 
los émbolos, 
la usura, 
el sudor, 
las bobinas 
seguirán produciendo, 
al por mayor, 
en serie, 
iniquidad, 
ayuno, 
rencor, 
desesperanza; 
para que las lombrices con huecos portasenos, 
las vacas de embajada, 
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos, 
se sacien de adulterios, 
de hastío, 
de diamantes, 
de caviar, 
de remedios. 

Ya sé que todavía pasarán muchos años 
para que estos crustáceos 
del asfalto 
y la mugre 
se limpien la cabeza, 
se alejen de la envidia, 
no idolatren la saña, 
no adoren la impostura, 
y abandonen su costra 
de opresión, 
de ceguera, 
de mezquindad. 
de bosta. 

Pero, quizás, un día, 
antes de que la tierra se canse de atraernos 
y brindarnos su seno, 
el cerebro les sirva para sentirse humanos, 
ser hombres, 
ser mujeres, 
-no cajas de caudales, 
ni perchas desoladas-, 
someter a las ruedas, 
impedir que nos maten, 
comprobar que la vida se arranca y despedaza 
los chalecos de fuerza de todos los sistemas; 
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas 
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra. 

Y entonces... 
¡Ah!, ese día 
abriremos los brazos 
sin temer que el instinto nos muerda los garrones, 
ni recelar de todo, 
hasta de nuestra sombra; 
y seremos capaces de acercarnos al pasto, 
a la noche, 
a los ríos, 
sin rubor, 
mansamente, 
con las pupilas claras, 
con las manos tranquilas; 
y usaremos palabras sustanciosas, 
auténticas; 
no como esos vocablos erizados de inquina 
que babean las hienas al instarnos al odio, 
ni aquellos que se asfixian 
en estrofas de almíbar 
y fustigada clara de huevo corrompido; 
sino palabras simples, 
de arroyo, 
de raíces, 
que en vez de separarnos 
nos acerquen un poco; 
o mejor todavía 
guardaremos silencio 
para tomar el pulso a todo lo que existe 
y vivir el milagro de cuanto nos rodea, 
mientras alguien nos diga, 
con una voz de roble, 
lo que desde hace siglos 
esperamos en vano.

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