domingo, 28 de agosto de 2011

Conclusión

El otro día escuché por la radio al Dr. Gonzalo Pin, director de una unidad del sueño, diciendo que los alemanes duermen la siesta más que los españoles. ¡Toma ya! Aparte de que exportemos ideas sin ingresar divisas, es una prueba más de la tesis que planteé al iniciar esta serie  (Deutschland und ich) en un ya lejano en Alemania también cuecen habas allá por el 29 de julio: nos parecemos, mucho, además, somos tan iguales que nos gobierna la misma persona: Ángela Merkel (empeñada en ser la madre de la Constitución, cuando los hijos del 6 de diciembre no la queremos como abuela ni como ideóloga) cuyas propuestas son asumidas por populares y socialistas españoles con una unanimidad que bien podrían poner en sacar del pozo a la economía española (resulta curioso cómo se ponen de acuerdo los políticos cuando se trata de pasarse a la ciudadanía por la piedra y beneficiar a los mercados). El colmo es que somos tan parecidos que tanto a los alemanes como a nosotros, las propuestas de Merkel nos sientan como una patada en la tripa (o más abajo) y descubro que me parezco tanto a Köl (Helmut, ex canciller aleman del mismo partido) que coincido con él en que esta no es nuestra Europa, que nos la han cambiado y en que ella (no Alemania sino la cancillera) fue la primera en saltarse el pacto de estabilidad y alimenta la eurofobia hacia los países del Sur para encubrir, según afirma el laborista inglés Gordon Brown, que los bancos alemanes (sobre todo los públicos de los lands) están endeudados hasta la médula.



Pero no quiero ponerme serio en esta despedida de Deutschland und ich (que no de empandullo, blog que seguirá aquí, cuando el tiempo me deje un hueco y el cuerpo me lo pida -que me lo pedirá, pues me conozco-). Confieso que he disfrutado de lo lindo reviviendo unas vacaciones en Alemania a las que he sacado más jugo del que pensaba cuando surgió el viaje, inesperado, vía invitación de boda en Colonia. Me he divertido forzando comparaciones tópicas y descubriéndome a unos ciudadanos que son como nosotros y hasta duermen la siesta más, según Pin.

Muchas cosas se han quedado en mi tintero como que los alemanes no comen pescado porque no quieren, pescaderías haylas (y la lubina de cultivo estaba a 2,30 €, mucho más barata que aquí); que las tiendas estaban vacías, muy vacías, más que aquí,  lo mismo que las peluquerías u otros servicios; que vi muy pocas embarazadas por la calle y también pocos perros que, por cierto, iban en tren; que en algunos restaurantes no aceptan VISA si no gastas más de cincuenta euros; que en la oficina de turismo había un tipo con talante de guardia de seguridad y encontré a un guardia de seguridad con talante de empleado de turismo; que hay visitas a Berlín a bordo de caravanas de Trabant (el coche de la RDA) pintados de colores y estampados (y a pie y en bici y en patinete...); que pedir algo en la conserjería de los hoteles alemanes (gel, por ejemplo) suele tener el mismo resultado que hacerlo en los españoles: ninguno; que...

Que lo he pasado bien, que he vuelto encantado, que la gente es, en general, amable y hace lo posible por salvar las barreras idomáticas, salvo cuando no les interesa entenderse con uno; que allí son más contraculturales que aquí y viceversa;  más altos que aquí y viceversa;  más rubios que aquí y viceversa; más que aquí y viceversa en todo...

Que lo he pasado bien porque he escrito para ti y para mí y porque tengo la impresión de que has disfrutado casi como yo mismo.

Hasta la próxima.


miércoles, 24 de agosto de 2011

El muro


Uno de los museos (si merece ese nombre) que más me gustó fue el Mauermuseum (museo del muro). Si lo comparamos con el centro de interpretación del mosquito en las balsas de Pinseque, financiado con fondos europeos, o con el horno-museo de la elaboración del pan de cinta con moño de cualquier pueblo de la provincia de Teruel (una iniciativa de LEADER de noséqué comarca), por poner dos ejemplos tan ficticios como frecuentes en nuestra geografía... si lo comparamos con ellos, digo, no pasará de recibir el calificativo de cutre. Pero es precisamente esa cutrez, esa impresión de que se trata de una muestra que puede hacerla uno mismo con horas y horas de dedicación, lo que le da un carácter asombrosamente cercano: cientos de documentos, recortes de prensa, fotografías, afiches... invaden sus paredes en un sin ton ni son aparente, mientras que en las habitaciones (que no salas, pues se trata de una casa) engendros de todas clases narran las vicisitudes de los que consiguieron pasar al otro lado (y de los que perecieron en el intento): globos, maletas dobles, habitáculos bajo el coche... En la planta calle, la tienda recuerda a los tiempos del SEPU en rebajas, y fuera el checkponit Charlie, una enclenque garita de control que separaba las dos partes del mundo y ahora sirve ahora de reclamo turístico donde hacerse unas fotos, con remedo de soldado americano y su bandera incluidos, a cambio de unas monedas.


El muro no está (o casi), lo derribaron la noche del 9 al 10 de noviembre del 89, mejor así, que no esté, salvo en estado fragmentario y escaso (es preferible recorrerlo en la web). De estos trozos de vergüenza me quedo con este momento previo al rapto de una voluptuosa Europa (sin Rusia) por un Zeus astado de banderas.

De todos modos, es posible encontrar zonas como la east side gallery donde algo más de un kilómetro de muro interior muestra obras pintadas tras la caída.


Justo allí se encuentra el conocido beso en la boca entre Leonidas Breznev y Erich Honecker, mandamases de la URSS y la RDA respectivamente; justo allí expliqué a seis alumnas de doctorado sevillanas quiénes eran esos dos tipos que ellas habían ido a ver (de propio, porque hay que ir hasta allí de propio) en una lluviosa y desapacible mañana (si llego a saber que, fruto de mi historia, una se iba a comprar una camiseta con la imagen, me callo); justo allí las obras que decoran la pared recuerdan a las casi 200 personas que murieron en el intento de pasar al otro lado, a las más de 5.000 que lo consiguieron y a los incontables que lo intentaron.

Títeres de Marc Engel en la East Side Gallery
Mientras tanto, en la puerta de Brandeburgo, dos soldados de la RDA sientan en una silla a los turistas para obtener unas monedas a cambio de la histórica foto, aunque también puedes optar por hacértela con Joda, Darth-Vader o cualquier otro personaje disfrazado de los que pululan por ahí (no estaba Mickey Mouse, y lo eché de menos -o el resto estaba de más- qué sé yo).

martes, 23 de agosto de 2011

Alternativos

Alemania perece, Kopi sigue existiendo
En la cosa alternativa los amigos alemanes nos llevan ventaja; el movimiento okupa emergió allí en los años 70 motivado no solo por un problema de vivienda sino por la irrupción de una cultura alternativa que, como el movimiento Georg-von-Rauchhaus, que ocupó el hospital Bethanien y llegó a firmar un contrato con la ciudad de Berlín. Estas manifestaciones no siempre fueron bienvenidas y la represión del fenómeno fue muy fuerte a principios de los 80. Tras la caída del muro, la ciudad vivió un resurgir del movimiento okupa, en paralelo se incrementa la represión, amparada en intereses urbanísticos y la resistencia con grandes movilizaciones no siempre pacíficas.

En el año 1990 se ocupó la casa de Köpenicker Str. 137 por activistas del movimiento punk, unas cincuenta personas, incluidos algunos nacidos allí, la habitan y ofrecen actividades alternativas, resistiendo el desalojo decretado pese a la existencia de contratos con algunos de los propietarios del edificio. En la foto, sobre los tejados, puede leerse una pintada de apoyo a Kopi.


Tacheles (en hebreo comunicación) era la entrada de un centro comercial que fue destruido por los bombardeos aliados. Fue ocupado tras la caída del muro por artistas alternativos y hoy sigue con su actividad aunque, aseguran,  Tacheles se ha visto en la encrucijada de seguir desarrollando y presentando ideas y proyectos artísticos sin abandonar sus ideales ni caer en la nostalgia anarquista y okupa.


Equilibrio, todo es cuestión de equilibrio: 
  • Sobre la puerta de un taller de Tacheles puede leerse la máxima benedictina ora et labora; al otro extremo del corredor un viva la fiesta en español hace pensar en el extraordinario equilibrio que combina lo sagrado con lo profano en latín y en español dentro de una casa alemana del barrio judío.
  • Mientras, desde la ventana se contempla una fachada de treinta metros ocupada por un inmenso mural de Ronaldo, vestido con los colores de la canarinha, burlado el defensa y en el momento de driblar al portero; tan futbolera visión se compensa con la cabeza del delantero orlada de un resplandor divino a la manera de los cuadros barrocos (equilibrio).
  • Gente alternativa vende sus trabajos a turistas armados del último modelo de Canon y vestidos de La Martina que pululan (pululamos) por sus salas.
  • Al visitar su web veremos que han conseguido un equilibrio asombroso entre lo alternativo y las donaciones con VISA.


Está claro que no han caído  en la nostalgia anarquista y okupa, lo de los ideales lo desconozco. Y es que como dije al principio, nos llevan mucha ventaja.

lunes, 22 de agosto de 2011

Colas

Colas hay, en Alemania, como en todos los sitios. Los turistas somos así y nos encanta viajar para hacer cola en los sitios más inverosímiles como el museo de cera de madame Tussaud; cada vez que pasaba por Unter der linden veía la larga fila y me preguntaba a quién irían a ver: si a Hitler o a Nicole Kidman, ambos vecinos del garito en compañía de la Merkel, Sarkozy, Benedicto XVI o Madonna, por ejemplo (como no me gustan estos museos de los horrores, pasé).

Ya he hablado (y no pocas veces) de la cola del Neues museum, prueba de que me resultó insufrible, sin embargo, he dejado de comentar algo que ocurrió cuando, ¡por fin!, me tocaba el turno en la ansiada taquilla: una avispada alemana que esperaba su oportunidad en paralelo, aprovechó el instante entre la marcha del anterior colista y mi llegada a la segunda ventanilla y, de un quiebro, se coló sin mediar un bitte, verzeihen de por medio. Pidió información al oráculo, la misma que todos habíamos obtenido, que había que hacer cola e inició un diálogo parecido a este:

seit ich hier bin... (todos los demás también estábamos allí)
(negativa del oráculo)
die linie ist lang... (todos los demás sabíamos, y bien, que la cola era larga)
(nueva negatva)
Blick auf meinen Regenschirm... (como si los demás llevásemos paraguas o, en su caso, estuvieran menos destrozados que el suyo)

La evidente mala relación del temporal berlinés y los paraguas
El argumento del paraguas hizo claudicar la moral de la, hasta entonces, inasequible taquillera, le vendió los boletos correspondientes y la mujer se alejó más contenta que un muniqués tras una tarde de cañas. Mis limitaciones idiomáticas me impidieron conocer sus otros argumentos; no pudo utilizar el tan habitual en España: oiga, que soy de la tercera edad porque la jeta estaba en la treintena, y desconozco si usó otros como que yo soy de aquí y estos no... o cosas parecidas. Mientras yo había accedido a la primera taquilla y pude comprobar que la reacción de la fila, que desbordaba el puente, fue airada y que la señora que ocupó el sitio que había dejado la rubia, esta sí de la tercera edad, dedicó todos los germánicos improperios posibles a la taquillera, a la rubia y a la madre que las parió. No pude por menos que dedicarle una sonrisa y hacerle un signo de aprobación con el dedo.

Las colas en la recepción de los hoteles no son menos inquietantes que las españolas; como aquí, la gente se coloca estratégicamente en una especie de estructura nodal, de forma que no hay manera de saber si están con el rubio recepcionista, con la de la coleta que parece saber español o con la adusta jefa de recepción. Cualquier dilación es aprovechada en hábil quiebro de maleta para colarse. Al igual que en España es costumbre extendida que, justo cuando llegas al mostrador, un ciudadano que acaba de llegar se coloque a tu vera y apoye sus codos encima, no se sabe si para asesorarte en el proceso o para quitarte tu tarjeta de acceso. Me ocurrió a la llegada al hotel, a la salida y en un banco, donde un resoplante y colorado sesentón apoyó carpeta, codos y chaqueta sobre el dinero que el cajero me estaba proporcionando. Yo no pensaba que esta gente era igualita que nosotros.

Otra cosa son las colas del museo judío: una para entrar por la puerta giratoria de seguridad, otra ante el vigilante posterior, otra en el arco de seguridad donde tienes que enseñar hasta el alma, otra al sacar los billetes, otra para acceder (pero como no puedes acceder con la bolsa de la cámara, por ejemplo, tienes que volver atrás), otra en el guardarropa para dejar lo que le haya parecido inadecuado a la cancerbera, de nuevo otra vez en el control de entradas del acceso, otra para recoger la bolsa de la cámara en el guardarropa a la salida... Ya en la calle observas la vigilancia policial y te sientes como en Israel.

sábado, 20 de agosto de 2011

Museuminsel

En varias entradas del blog me he referido a alguno de los museos que forman Museumsinsel (la isla de los museos) así que habrá que hablar del conjunto y sus peculiaridades.

Diré, en primer lugar, que la colección que albergan vale, por si sola, un viaje a Berlín y en segundo lugar que, quien no tenga prisa por hacerlo y quiera disfrutar de una visita que se promete todavía más interesante que la actual, espere a 2015, cuando el plan maestro que se está desarrollando esté concluido, el paseo arqueológico que proporcionará unidad a cuatro de los cinco edificios sea una realidad y andamios, vallas, casetas y otros impedimentos sean sustituidos por un criterio que ahora no existe.


El conjunto albergaba las colecciones prusianas de arte y arqueología y sufrió los efectos colaterales (que diríamos ahora si Alemania fuera un país africano, por ejemplo) de la II Guerra Mundial: alguno de sus edificios fue muy dañado y las colecciones se dispersaron tras la ocupación de Berlín para volver a reunirse tras la reunficación alemana. Sirva esta pequeña explicación como descargo, que no justificación, de lo que diré ahora.

Si uno intenta visitar virtualmente cualquiera de los museos, encontrará que el inefable google lo lleva a la página de Stiftung Preußischer Kulturbesitz (algo así como la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano, nombre que está muy bien si no fuese porque lo que ese patrimonio cultural tiene de prusiano es la nacionalidad de sus arqueólogos que fueron descubriendo (y expoliando) hallazgo por distintas partes del mundo (ojo, igual que hicieron los británicos para almacenarlo en esa especie de trastero desordenado que es el British Museum o los franceses o en menor medida los españoles -no por que seamos la madre Teresa de Calcuta, sino porque nos interesaba más el oro americano que el arte Azteca, por ejemplo-). La web en cuestión (Staatliche Museen zu Berlin) es fea, poco amigable y nada moderna, poco que ver con la de otros museos (no sin menos expolio) como el Louvre. Curiosamente, el único que tiene una web propia (aparentemente) es el Neues museum, el más restaurado, pero pasada la fachada, los enlaces vuelven a remitir a la Staatliche Museen zu BerlinEs cierto que las colecciones están en reestructuración, esta provisionalidad no tendría que afectar a una web en la que es mejor no dar todo por bueno y es preferible dejarse sorprender por la visita real (algo poco compatible con la eficacia alemana y la supuesta modernidad berlinesa -a lo peor oficialidad y modernidad están reñidas-).




Amén de las sorpresas artísticas y arqueológicas, hay otras que nos esperan, como la diferencia de criterio en la admisión de los cinco museos, pese a pertenecer a una misma fundación y ser, en realidad, la misma cosa. La normal es visitarlos con alguna de las tarjetas que permiten el recorrido conjunto, bien la Berlín welcome card de tres días (que yo usé pues facilita el transporte) o la Museumpass. Primero entré en el Altes Museum, con una magnífica colección de arte griego (la web dice que todavía no está visitable, pero no hagáis caso, yo la vi), etrusco y romano y tuve que pasar por taquilla para, previa presentación de mi tarjeta, obtener la entrada correspondiente. Después visité el Pergamon Museum (edificio contenedor de otros edificios como el altar de Zeus, la Puerta de Istar o el mercado de Mileto, además de la estela de Hammurabi y una colección de arte islámico). Tras media hora larga para obtener mi entrada, resultó que no era necesario pasar por taquilla y el acceso era libre con la tarjeta. Lo mismo me ocurrió en el Bode museum donde, por cierto, no había casi nadie admirando las excelentes muestras de arte bizantino, las esculturas a partir de la Edad Media, numismática... -solo el propio edificio merece una visita-).


Mi siguiente visita fue al Neues Museum, allí la tarjeta no vale como pase y, como ya he contado en otra entrada, hube de sufrir la cola más insufrible que recuerdo para contemplar a Nefertiti y sus colegas dentro de  un estupendo museo con un cierto caos expositivo que para nada concuerda con el tópico alemán (una cosa tras otra, entiendo, y eso que éste sí está organizado más o menos definitivamente).


Hay más sorpresas: Llegar a la cafetería del Bode, que no está al final sino en medio y da paso, a derecha y a izquierda a salas cerradas con puertas aparentemente inaccesibles (hay gente que se toma el café y se marcha sin ver las colecciones de pintura). Tener calor, quitarte la chaqueta y ver a un guarda indicándote que tienes que desandar todo lo andado para llegar al guardarropa porque no se puede llevar la prenda en la mano. Ver pasar el tren entre el estrecho pasillo que separa el Bode del Pégamon (supongo que el plan director lo resolverá)... Pero no sólo ocurren cosas raras en Museumsinsel; a la entrada de la ciudadela de Spandau hay dos tipos: si entras por la izquierda cobran por ver la torre, si lo haces por la izquierda, cobran no visitar la torre (o algo parecido).



Obras


Uno que pensaba que lo del bosque de grúas era consustancial al modelo de desarrollo typical spanish que tan bien definió aquella famosa frase del exministro de exfomento, (también expepe, varias veces exmarido o expareja y futuro expresidente de Asturias), Francisco Álvarez-Cascos cuando se refería a que en España los pisos estaban caros porque los españoles podían pagarlos. Modelo que, por cierto, es en parte causante de la ruina de muchos de esos españoles y del propio ministerio de fomento, que ahora puede fomentar muy poco.

Pues no, Alemania es, ahora mismo, un mar de obras: amén de los apaños callejeros inherentes a cualquier ciudad que sustituyen el incómodo pavés viejo por el incómodo pavés nuevo, cualquier monumento que se precie está en obras, lo ha estado recientemente o amenaza con estarlo en breve; incluso existen recuerdos de monumentos destruidos en la gran guerra  en los que puede leerse: aquí hubo una iglesia y se construirá otra igualita (eso sí, cuando se pueda).

Ya se sabe que a la declaración de algo como Patrimonio de la humanidad supone la inmediata disposición de obras por doquier, como ocurre en Museuminsel, por ejemplo, donde tras una acertada (aunque hayan olvidado las taquillas) y costosa restauración del Neues Museum, la han emprendido con el museo de Pérgamo (a Berlín y no a Pérgamo deberá dirigirse el viajero que quiera admirar el altar de Zeus en Pérgamo, lo que ocasiona no pocos problemas a los alumnos de bachillerato que pueden llegar a ubicar la obra en el barrio Berlinés de Pérgamo o considerar Berlín como una colonia griega en la península de Anatolia -y es que no se lo ponemos nada fácil con tanto ir y venir de las obras de arte-).

Algo parecido podría decirse de Postdam, donde tomé esta fotografía que no sé si quiere decir: esto es lo que hubo aquí, mañana habrá otra cosa o cuando acabemos, esto quedará así de bien.

 

viernes, 19 de agosto de 2011

Gamberretes

Acabábamos de visitar la magnífica colección de arte griego y romano que guarda el Altes Museum, un extraordinario edificio neoclásico que abre la isla de los museos a Lustgarten. Beni se había sentado en la escalera para hacer una llamada telefónica, mientras yo me quedé observando a un grupo de mozalbetes que pululaban alrededor de la bañera que centra su fachada con los jardines. 




Estaba claro que los chavales iban a iniciar el asalto a la poza pese a las advertencias de una de las vigilantes del museo apostada en las columnas, supongo que de forma permanente por lo habitual del caso. Iniciado el ataque y tras algún frustrado intento y varios estridentes toques de silbato de la vigilante, uno de los intrépidos gamberretes consiguió su hazaña.



Mientras un cuarto compinche se acercaba a felicitar al victorioso escalador, los otros dos, más próximos al acceso al edificio abandonaban frustrados su intento al ver que la vigilante, silbato en ristre, comenzaba un enloquecido descenso de escaleras y se iba a por ellos. Una carrera que finalizó cuando el grupito agresor se reunió con los gregarios que, tumbados en el césped, reían la gracia un poco más lejos.


Y es que este aprecio por el patrimonio es un hecho constatable, aquí, en Pernambuco y, desde luego, en Berlín.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Judíos


Los bloques que conforman el monumento al Holocausto lloran lágrimas de lluvia, probablemente no pudimos elegir un día mejor para visitarlo. El campo de estelas impresiona reflejando la luz oscura de la tarde triste y en su trabado interior los turistas deambulan cruzándose en las esquinas angulosas topándose ciegos de lluvia y perspectiva.


A lo lejos, de los angostos pasillos, emerge un paraguas rosa, como si buscara la salida de un laberinto que no lo es, desde el cruce de la desolación con la amargura.


En otra parte de la ciudad, Grosse Hamburger Strase, un sencillo monumento recuerda a los judíos que fueron arrancados de esas calles e indica el lugar donde se encontraba uno de sus cementerios arrasados por la ira del que ahora solo queda el recuerdo de un par de lápidas.


Unos pasos más allá, más aquí y por otras partes, pequeñas placas de metal recuerdan entre el adoquinado a Max, Melanie, Charlotte, Wolf, Meta, Asta, Regina, Emanuel, otro Max... ¡Tantos! Y tantas terribles palabras: deportiert (año), ermordet (año ylugar, si se conoce) Auschwitz...


En otro sitio, Liebeskindbau, un museo judío con aspecto desencajado, herido. El espacio y el concepto expositivos son interesantes, pero una sala, vacía y oscura, lo dice todo sin palabras.

Martín Niemöller, pastor luterano, dijo:

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.


Este breve recorrido por el recuerdo a los judíos no está exento de polémica: lo que yo he llamado monumento al Holocausto se llama, oficialmente, monumento a los judíos asesinados de Europa, una especie de esperpéntica acrobacia hacia lo políticamente correcto que remata con su olvido a gitanos, comunistas, republicanos españoles, discapacitados, homosexuales, disidentes políticos o religiosos... Y es que en Alemania, como en España, no sabemos muy bien qué hacer con nuestros muertos de muerte vergonzosa.


Tras el recorrido,busqué refugio en el pequeño Dorotheenstädtischer Friedhof, donde reposan los restos de Bertolt Brecht (a quien se atribuyen las palabras de Niemöller), sobre cuya tumba repensé la actualidad de su frase tras la derrota de Hitler y la pervivencia del capitalismo: Señores, no estén tan contentos con la derrota. Porque aunque el mundo se haya puesto de pie y haya detenido al Bastardo, la Puta que lo parió está caliente de nuevo.

Hasta mañana

viernes, 12 de agosto de 2011

La juerga

Mañana comienzan las fiestas de San Roque, así que, al final de esta crónica, no me despediré hasta mañana, sino hasta el día 17, si el cuerpo lo permite. De todos modos es el momento más adecuado para hablar de la fiesta o, mejor, de la juerga y ahí voy.


Por alguna extraña razón que se me escapa, siempre creí que los alemanes eran de poco salir, supongo que el invierno no invitará mucho al callejeo, sino al refugio, pero el verano es otra cosa. El aspecto que ofrecen las terrazas que invaden el frente fluvial del Rhin a su paso por Colonia, por ejemplo, nada tiene que envidiar al que presenta cualquier terraza española, a no ser por el tamaño de las cervezas (y por su precio, dicho sea de paso, mucho más asequible de lo esperado).

En paralelo a esta calle y hasta el Rhin, los jardines también están atestados de gente con su botellón incluido y el panorama es el mismo a medida que subimos hacia el centro de la ciudad. Ya hablamos de que beber en la calle y, como me apunta la alemaña Bea, en las estaciones, los metros y los buses, es una costumbre local que se ejercita por el día y por la noche.

Porque la noche existe en Alemania (otro tópico a la basura), en la calle y en los garitos hay marcha para todos los gustos: terrazas trasnochadoras, tranquilas coctelerías, after legales e ilegales, discotecas, bares con música en vivo (de todo tipo) o enlatada (de todo tipo) y gente por la calle, algo menos alborotadora que la nuestra, eso sí, pero por la calle, hasta el punto de que, como comenta Bea a mi entrada el botellón: lo de la limpieza de botellas tiene "su miga", la cosa es que aquí las botellas de vidrio y plástico tienen lo que se conoce como "Pfand", que es como una fianza que se paga al comprar (unos 10-15 céntimos creo) y que te devuelven cuando devuelves la botella en el supermercado o kiosko. Esto crea un "sub-empleo" mayoritariamente a jóvenes, jubilados e inmigrantes, que por las noches y las mañanas (sobre todo el fin de semana) se dedica a recoger las botellas de la calle y se ganan un dinerillo, a la vez que la ciudad se evita gastos en limpieza de calles. Nueva y buena enseñanza esta del casco retornable, cosa que ya hacíamos por estos lares pero perdimos cuando nos hicimos modernos.

Dentro del tema festero hay algunas cosas que me llamaron la atención, por parecidas o por distintas a nuestros modos y maneras, que de todo hay:


La vigilante de la playa del Spree con frondoso felpudo incluido que se aprecia en la fotografía, al lado del extraño vehículo que luego describiré, es un novio que celebra su despedida de soltero con parada en la puerta de Brademburgo; nada que envidiar a las estrambóticas comitivas que con igual fin recorren la zaragozana calle Alfonso y aledaños.

A una terraza colonesa se acercó otro grupo celebrante a cuyo novio podías arrancar los pelos de sus velludas piernas mediante la correspondiente tira de cera por el módico precio de dos euros. Por el éxito de la iniciativa entre los usuarios de las terrazas me atrevo a asegurar que el contrayente llegó a la boda totalmente depilado.


El vehículo en cuestión era un engendro a pedales provisto de asientos, barra de bar y grifos de cerveza que sus ocupantes consumían con fruición mientras pedaleaban con no menos ahínco por las avenidas y calles berlinesas. Supongo que el timonel del cacharro bebería otra cosa o nada pues conducir entre coches, bicis y tranvías no es sencillo y, también según Bea: cuidadito si te pillan montando en bici y un poco bebido, que te ponen una multa "como dios manda" y te quitan puntos del carnet de conducir... Vehículo-juerga impensable en estas latitudes (no quiero ni imaginarme a Pere Navarro, director general de tráfico, con un ataque de nervios o frotándose las manos pensando en el montante de la multa ante semejante idea). Cuanto más alemanes (europeos) queremos ser, más nos alejamos de ellos.

Se acercan las ocho en Colonia y animados grupos de gente se acercan a los muelles, los sigo intrigado y comprendo enseguida la razón: los barcos, que durante el día pasean a los turistas por el Rhin, se convierten por la noche en discotecas flotantes que ofrecen fiesta de ibiza, los 80, o cualquier otra cosa temática que se les ocurra. El regreso achispado y de madrugada.

Pero no acaba aquí esta íntima relación entre fiesta y transporte. Ya de noche, una potente música me recuerda a esos coches llenos de altavoces que recorren nuestras calles a ritmo de máquina. Miro y no salgo de mi asombro: un tranvía fiesta, de color oscuro (la iluminación nocturna es escasa), convive con los tranvías de Colonia, usa las mismas vías y transporta a animados viajeros que consumen y bailan en su interior. Estaba cenando y no hay foto, lo siento porque merece la pena. Como se entere Belloch, por un precio razonable, sufragamos las obras del tranvía entre las madrugadas de los viernes y los sábados.

Los garitos distribuidos por el centro son como los conocemos aquí, pero los hay más o menos clandestinos ubicados en casas ocupadas, naves industriales y otros edificios que están abiertos al personal en general y donde, a la luz de las velas, de tímidas bombillas o de iluminaciones muy sicodélicas, puede tomarse una copa.

Los precios, de todo: la cerveza es buena y asequible (en relación precio-tamaño). Es fácil disfrutar de cócteles más elaborados que los combinados de aquí y sus precios (que he pagado) pueden variar desde los 3,50 € en la hora feliz de algunos garitos del centro (hora que se prolonga durante varias, por cierto) hasta los 10 € de un cóctel muy chic.

Hasta dentro de unos días.

jueves, 11 de agosto de 2011

Rhin, Ebro y Spree


La geografía dice que el Ebro es el río más caudaloso de España; el acalde Belloch también lo debió de estudiar en la escuela, aunque, tal vez se perdió la clase en la que se estudiaba el régimen de los ríos mediterráneos, que, a diferencia de los correspondientes al clima oceánico y continental, padecen irregularidades a lo largo del año, sufriendo largos estiajes y grandes crecidas. Pretender tirar al agua del Ebro un barco, aunque sea de poco calado, durante el estiaje estival es una temeridad que sabíamos, al menos, todos los que hemos vivido en la ribera, menos las partes interesadas en el asunto (técnicos y políticos), a lo peor precisamente por eso (por lo de parte interesada, aclaro).

Da gusto ver pasar el Rhin por Colonia o el Spree y sus canales por Berlín, los barcos de pasajeros, las barcazas de transporte, los muelles y su animación, el ambiente ciudadano... Vertidos, accidentales o no, aparte.

Pese a nuestra manifiesta incapacidad para la navegación fluvial, algo hemos aprendido de otros ríos europeos: a vivir de cara a ellos y a disfrutarlos, aunque sea a remo o a pie (porque el Ebro es navegable a pie y, aunque lo desconozcan los interesados, en mi pueblo el pontón dejaba de funcionar en verano porque podíamos pasar a Fuentes caminando por los vados.

Hasta mañana.



Hasta mañana.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Lugares públicos


Ahora no recuerdo el nombre de la plaza, aunque puedo decir que estaba en el céntrico barrio de Mitte, cerca de Alexanderplatz, como demuestra la torre de la televisión que se ve al fondo de una de las fotos. Confieso que llamó mi atención su aspecto descuidado, aunque no puedo decir que me desagradara, todo lo contrario, las plazas cuidadas suelen estar invadidas de gente y el olvido de esta invitaba a sentarse un rato, orientarse en el mapa y descansar.


Puede que, como en todas partes cuecen habas, tesis harto repetida en esta serie, también en Alemania se cuide lo más visible, el salón de la ciudad, y no se dedique igual atención a los lugares menos transitados, los que no son salón sino uno de esos cuartos multiuso que hay en las casas, donde se plancha, se come, se ve la tele y se convive con el fin de preservar el salón para las visitas. Sé que en Zaragoza o en Calatayud (no sé si en Berlín) las llamadas al estudio de guardia, las protestas de los comerciantes aledaños o las mociones, preguntas y ruegos en los plenos serían incesantes, sobre todo atendiendo a lo céntrico de la plaza.


Viendo el estado de otros lugares públicos de Berlín, como algunas estaciones, por ejemplo Warschauer Straße,‎ (al lado del bellísimo puente de ferrocarril Oberbaumbrücke y muy cerca de East-Side-Gallery, lugares ambos turísticos), casi me atrevería a asegurar que algo de (intencionado) descuido sí que hay, cosa que no repruebo en absoluto. Desde luego que en España tenemos lugares tanto o más descuidados, aunque no suelan estar tan visibles, pero reconozco una cierta tendencia nuestra a lavarnos la cara con el lavado del gato (que decía mi abuela), ponernos bien de colonia y descuidar el aspecto e higiene de la ropa interior.

Como hay que ir dando una de cal y otra de arena, diré que he visto jardines cuidadísimos donde las estrellas rojas de geranios hablan del pasado y las acelgas constituyen todo un ejemplo de arte floral y pragmatismo. Con esto de la crisis, si hay que priorizar entre vergeles y subsistencia, me apunto a los jardines con acelgas.



Hasta mañana

martes, 9 de agosto de 2011

El curro

Los alemanes son gente trabajadora; reconocido es el milagro alemán (y triste que en tierra tan necesitada de milagros parecidos como la nuestra, nos tengamos que conformar con el de Calanda ¿será más fácil regenerar una pierna que arreglar lo del paro?) sucedido tras la segunda guerra mundial y que, seguramente, alguien atribuirá a Ratzinger (Joseph Alois) para canonizarlo cuando acabe su papado. Probablemente por eso, por su competencia, eficacia y eficiencia demostradas, los alemanes tienen un salario medio (no tienen salario mínimo, como corresponde a un país rico que no se anda con menudencias) que duplica al nuestro, por ejemplo.

Durante estos días he tenido sobradas muestras de eficacia y eficiencia laboral germana; ya he comentado alguna, como la del transporte público, sin embargo quiero dedicar un apartado especial a esta cuestión para demostrar que, salvo en el sueldo, la productividad laboral hispana que tanto se compara con la alemana, no está tan lejos de los parámetros de referencia salvo, como ya he dicho, en los emolumentos que se perciben por ello.


Una prueba de esa productividad y de la confianza que los administradores tienen en ella son las dos taquilleras del Neues Museum, que alberga una estupenda colección de arte antiguo (en su mayoría procedente de Egipto junto con algunas piezas prehistóricas y antiguas alemanas) y cuya acertadísima restauración se debe a David Chipperfield y a 300 millones de euros. Pues bien, para contemplar el busto de Nefertiti, por ejemplo, es preciso pasar previamente por alguna de las dos productivas taquilleras que consiguen, ellas solas, formar colas de tres cuartos de hora y más bajo la pertinaz lluvia berlinesa (en el Prado, por ejemplo, son necesarias muchas más taquilleras para conseguir semejante tiempo de espera y/o longitud de cola). Dada la confianza que los responsables del museo tienen en sus empleadas, no han pensado en poner las taquillas en el interior del edificio, ni siquiera bajo alguno de los amplios porches de su fachada, sino en una desamparada caseta a la intemperie (los 300 millones no le dieron a Chipperfield para algo tan prosáico como unas taquillas), formando la fila ciudadana sobre uno de los puentes de Museumsinsel, de forma que la lluvia se una con el viento en perfecta armonía y haga de la espera un suplicio. Obtenido el billete, uno llega a la entrada resguardada bajo techo donde cuatro funcionarios esperan sonrientes tu llegada y abren una puerta que podrías abrir tú mismo para que otros tantos empleados corten tu entrada; como la cola se forma en la taquilla, el trabajo de este personal es eficazmente ocioso. El horario de los museos (de 10 a 18 horas) obliga a ser eficaz en la visita si se quieren recorrer sin empacho todas las colecciones que alberga Museumsinsel en las 72 horas de plazo para ello.


En Alemania hay muchas obras, ya hablaremos de eso, y en todas ellas, fueran públicas o privadas, de calle o de edificio, de restauración o de nueva planta, he visto como peones, albañiles, aparejadores y arquitectos se tocaban las pelotas con eficacia, eso sí, cuando correspondía (o sea, más o menos como aquí). Alrededor de ellas también había curiosos en semejante y eficaz actitud. Intrigado escudriñé rostros y arquetipos y vi pocos turcos o o africanos y muchos alemanes que hablaban alemán entre ellos mientras jugaban metafórica y realmente con sus genitales.


Otra demostración de la eficiencia germana es el comercio: con un horario de 11 a 19 horas para las tiendas más pequeñas consiguen abastecer a toda la población que requiere de sus servicios. Un poco más amplio es el horario de algunas cadenas como una de nombre impronunciable que conozco bien, pues tiene local en Calatayud y centro de distribución en La Almunia. Sus colegas berlinesas consiguen ser más eficientes de 10 a 19 horas que las bilbilitanas de 9 a 21 horas, seguramente el sueldo de las que trabajan en Karl-Liebknecht-Straße será más alto que el percibido por las trabajadoras de Gómez Landa, pero desconozco ese dato.

Son gente seria trabajando, especialmente en hostelería: hasta tres terrazas (dos de ellas atendidas por eficaces equipos de varios camareros) recorrimos para conseguir que alguien nos hiciera caso (es admirable esta fórmula para dar a conocer, por ejemplo, la comodidad de las sillas made in germay o admirar desde distintos puntos de vista la plaza del Europecenter, pero esos no eran nuestros objetivos); en la tercera, atendida por una sola chica cubana conseguimos saciar nuestra sed sin problemas mientras observábamos las dos terrazas contiguas donde el personal parecía haber cumplido su cota de productividad diaria y atendían discrecionalmente algunas mesas, jamás todas. Tras tomar el aperitivo, llegamos al restaurante a las 21:30 horas y todo fueron amabilidades y hasta bromas, la cena resultó agradable y rica, aunque no pudimos tomar ni postre ni café, ya que a las 23 horas todos los camareros dejaron de dirigirnos la palabra y se desentendieron de nosotros hasta el momento de pedir la cuenta que, por descontado, careció de propina. Y es que en todas partes cuecen habas pues también estuvimos en otros restaurantes donde el servicio era exquisito y hasta nos decían auf wiedersehen a la salida, en ellos trabajaban alemanes y foráneos, también  españoles (tan escasamente productivos en su país de origen como bien considerados entre la clientela berlinesa).

Es cierto que no he visitado fábricas, donde la cosa productiva debe de ser la releche; tampoco he visto tantos turcos por las calles como esperaba.

A lo peor lo de la productividad baja hispánica es un cuento más que se han inventado para jodernos sin aviso previo por parte de las autoridades de que la cosa que sea puede ser perjudicial para la salud y el bolsillo.

Hasta mañana.

lunes, 8 de agosto de 2011

La siesta al sol


Si creemos que la siesta o el doce far niente son patrimonio de la Europa latina, estamos muy equivocados; los abundantes y frondosos parques alemanes son muy apropiados para ejercer ese placer; de hecho las autoridades (sanitarias o no), lejos de advertir que puede perjudicar a la salud (como hacen casi siempre por estos lares) incitan a su práctica e ilustran, para los germanos menos acostumbrados, las diferentes posturas del ocio sesteante mediante bellos grupos escultóricos. Los alemanes (al fondo por aquello de la intimidad), que son gente, en general, dada a cumplir los preceptos administrativos, imitan las posturas propuestas, las interpretan y crean otras nuevas, fruto de su capacidad para ejercer el I+D. Reconozco que son buenos en ello, ya que el hecho de tumbarse en la fresca hierba es todo un ejercicio de disfrute que se acompaña de esterillas, toallas y hasta tumbonas en muchas ocasiones y cuando se trata de un hecho premeditado y que no solo consiste en un rato de descanso, sino que se aprovecha para tomar el sol en los días propicios. Mientras en Barcelona se prohíbe deambular por el casco urbano con el torso desnudo (y, seguramente, pisar el césped), los alemanes se muestran muy proclives a despojarse de su ropa superior e inferior para disfrutar del sol tumbados en los parques y no es extraño ver miembros de la ciudadanía germana de cualquier condición, sexo y edad, tomando el sol en calzoncillos o lencería fina (o no) según el caso. Al fin y al cabo las esculturas que les sirven de muestra tampoco parecen ir muy cubiertas.

Hasta mañana.

domingo, 7 de agosto de 2011

Tabaco


Se que el tabaco es un feo vicio y que es tan perjudicial para la salud que me llevará al infierno mucho antes y en peores condiciones que a la ministra de sanidad, consejeros de la cosa y otras personas empeñadas en velar por mi salud sin que se lo haya pedido. Se que prohibir fumar es cosa moderna y europea donde las haya y que la ley española nos coloca en lo más alto del escalafón mundial en lo que a restricción tabáquica se refiere (y es que para prohibir nos las apañamos estupendamente).

Acostumbrado a la proscripción española, me extrañó que en el hotel me preguntaran si quería habitación de fumadores, pero como también ocurre en alguna comunidad patria, imaginé al personal de habitaciones provisto de traje de buzo con su escafandra entrando a fumigar con zotal la 405 tras mi marcha. Nada más lejos de la realidad: una vez deshechas las maletas y convenientemente aseado, di una vuelta por las instalaciones y salí al exterior para explorar el entorno; tras la vuelta a la manzana fui a apagar mi cigarrillo recién encendido a la entrada y un amable conserje me señaló el bar interior del establecimiento donde, como pude comprobar posteriormente, se podía fumar. Ya a la mañana siguiente, en el quiosco del andén del metro comprobé que vendían tabaco, lo mismo que en las estaciones y otros establecimientos de todo tipo. Más tarde descubrí que también había bares para fumadores, como prueba dejo mi tabaco y mi mechero al lado de mi copa en Windhorst, un local muy recomendable por su estupenda y amplia carta de cócteles.


En cuanto al cumplimiento de la norma, aseguro haber visto a mucha más gente fumando en los andenes y pasillos del metro de Berlín (y eso que son mucho más cortos) que en el de Madrid, en eso sí son más eficientes.

Hasta mañana

sábado, 6 de agosto de 2011

Eficacia en el transporte público

A medida que pasaban mis días en Alemania, mi convencimiento de que nuestras semejanzas es mayor que nuestras diferencias iba en aumento. En cualquier momento y circunstancia podía comprobarlo y una muestra fue mi alegría al constatar que el eficacísimo transporte público alemán puede compararse al nuestro. Llegamos a la parada del 100  (línea muy recomendable, junto con la 200 para una vista panorámica de Berlín) para ir desde Alexanderplatz a Zoologischer Garten cuando quedaban 10 minutos para la llegada del bus (un tiempo de espera que se me antojó largo para esa línea frecuente) al rato, me fijé que el tablero electrónico anunciador de las frecuencias iba acumulando avisos de llegadas casi simultáneas, como si los autobuses del 100 hubieran estado en el corral esperando el cohete anunciador para emprender el encierro por las calles berlinesas. En efecto, tres 100 agrupados llegaron hasta la parada, nos subimos en el primero, emprendiendo entonces una alocada carrera adelantándose los unos a los otros en cada alto hasta que llegamos a nuestro destino, de nuevo en primera posición, tras haber sido segundos o terceros alternativamente. Igual que en Zaragoza, pensé, y mi ánimo recibió un espaldarazo de autoestima al comprobar que la modernización que ha experimentado España en general y Zaragoza en particular las ha puesto a la altura de Alemania y Berlín respectivamente en este y otros muchos aspectos, sobre todo considerando que el hecho no fue circunstancial sino habitual durante mi estancia.


A eso de las 4,30 de la madrugada que alarga la noche del sábado hasta el domingo necesitaba un taxi para ir a mi hotel tras un agitado día de boda, la mayoría de los invitados habían ido abandonando el local, no sin problemas para conseguir su correspondiente taxi ya que la noche lluviosa estaba para pocas bromas pedestres. Será la lluvia, pensaba, la causante de la escasez; será que como no hay costumbre de salir por la noche, hay poco servicio; será... Razonaba mientras la centralita amenazaba con media hora de espera... Por fin llegó el ansiado transporte y, mientras recorríamos (a gran velocidad, por cierto) las mojadas calles colonesas, vi numerosas parejas, grupos e individuos haciendo la internacional señal de parada a vehículos que, como el nuestro, estaban ocupados (así que descarté la idea de la escasez de noctámbulos y volví a dar por buena la teoría de la lluvia). En estas estaba cuando, llegados al hotel, descubrí casi una decena de taxis aparcados en su parada correspondiente esperando que algún incierto azar les proporcionara la clientela que, esperando otro incierto azar vagaba por las calles a la caza de un taxi, y es que los sinos de taxistas y viajeros son indefectiblemente paralelos por la noche y con lluvia. Mi más sincera enhorabuena al servicio zaragozano de taxis por sus continuos esfuerzos que le hacen parejo al alemán.


He de decir que el tren suburbano (S-Bahn) y el metro (U-Bahn) son la mejor forma de desplazarse por Berlín. Para acceder a ellos no es necesario pasar por complicados tornos, basta con subir al coche y validar el billete bien en el andén bien en su interior. Acostumbrado a las estaciones de Madrid, en algunas de las cuales hay que descender a las inmediaciones del infierno o recorrer el intrincado laberinto subterráneo de Cnosos, me sorprendió la accesibilidad de las viejas estaciones alemanas (quizás eso explique la presencia de bicis allí y su ausencia aquí), incluso las que están próximas a grandes ríos como el Rhin: bajar las escaleras y el andén de metro, subirlas y el de S-Bahn o la correspondencia anunciada. Circulan, eso sí, coches que aquí estarían achatarrados hace tiempo (o cubriendo las líneas de Arcos de Jalón, Teruel o Canfranc) pero que siguen cumpliendo su función, que no es estética (como tampoco lo es la de las estaciones), sino de transportar viajeros (bicicletas y perros incluidos, además de alguna que otra paloma) que ocupan los asientos con tapizados coloristas y pueden tomar cerveza en el vagón con permiso de la autoridad, según me ha confirmado la Germaña Bea.


Habrá que reconocer que nos hemos gastado alguna perra de más en poner en Europa nuestras estaciones de diseño y nuestros trenes modernos, mientras que en Europa siguen con las infraestructuras que teníamos antes de ser de lo más in.

Tranvías también hay, hasta en ciudades pequeñas, y es un lujo recorrerlas y disfrutarlas desde ellos (como la mayoría de los tranvías ya estaban, las innumerables obras son por otra cosa, así que se consuelen los comerciantes zaragozanos, pues las calles levantadas son inherentes a cualquier ciudad de aquí, de allí o de las antípodas y, si cuando se cierran, circula un tranvía por encima, eso que hemos salido ganando).

Hasta mañana

viernes, 5 de agosto de 2011

Alimentos callejeros.


Desde que somos europeos, modernos y nos la cogemos con papel de fumar, las autoridades sanitarias correspondientes impiden en algunas comunidades españolas la venta de productos alimenticios por las calles, por aquello de la bacteria E.coli y otras parecidas, supongo. La venta a granel está mal vista y es poco elegante comprar cuatro tomates zaragozanos si no van perfectamente envasados en una bandeja de polipropileno termoformado y recubiertas de un plástico transparente. Nuestros amigos alemanes, no sé si será porque son menos europeos, menos modernos o porque se la sudan las autoridades sanitarias, venden frutas y verduras por la calle (como, por cierto, hacen en muchos más países de la zona euro) a precios, por cierto, muy asequibles y salvo el brote mortífero de la maldita bacteria que no parece deberse al comercio callejero ni les ha quitado la costumbre de poner los pepinos sin pelar en la ensalada, no hay demasiados problemas sanitarios de esos que las autoridades de la idem utilizan para aturdir a la población bajo la amenaza de una epidemia de diarreas, por poner un caso.


Especialmente típicos son los vendedores ambulantes de bocatas de salchichas que llevan plancha, pan, salchichas, tomate, mostaza y hasta un paraguas por si llueve o hace sol adosados a su cuerpo como si de cocineros orquesta se tratara, y todo por el módico precio de euro y medio; supongo que tendrían un ciento de sellos sanitarios que no vi porque tampoco vi a ningún municipal alemán que impidiera el comercio. Algo más elaboradas son las currywurst que pueden comprarse en puestos-ventanilla y comerse en la calle convenientemente cortadas y aliñadas. 


Este puesto ambulante de roscos (que, por cierto, no me gustaron nada) y bebida suministraba al personal que paseaba junto a Tiergarten y el Bundestag alivio momentáneo para las necesidades básicas con su vehículo adaptado a la circunstancia.

Y es que los alemanes son muy de comer por la calle porque, parece ser, desayunan fuerte, almuerzan cualquier cosa (dulce o salada) donde les pilla (de ahí la razón) y cenan pronto, tan pronto que, algunos días coincidía nuestra sobremesa con su cena.

jueves, 4 de agosto de 2011

Postdam, los holandeses y las patatas


Postdam, la que fue capital prusiana y hoy cabeza del estado federado de Bradeburgo tiene un gran interés histórico y artístico. Amén de otros muchos edificios me atrajo el barrio de los holandeses, un conjunto de centenar y medio de casitas edificadas con ladrillo rojo y al estilo de los Países Bajos con el fin de atraer a sus artesanos hacia la ciudad garantizándoles las viviendas (como ahora en algunos pueblos de Teruel). Federico Guillermo I o quien fuera de sus ministros que tuvo la idea, no afinó demasiado, ya que, según cuentan las crónicas, sólo llegaron tres o cuatro (como ahora en algunos pueblos de Teruel), por lo que las ciento cuarenta y tantas restantes se utilizaron para otros menesteres. Un barrio de holandeses sin holandeses recuerda mucho a esos bloques de viviendas abandonadas a medio construir que vemos hoy por las áreas de expansión de las ciudades españolas que conforman barrios de fantasmas donde, seguramente, tendría que seguir habiendo campo, monte o el ecosistema que toque (como en algunos pueblos de Zaragoza -megalomaños, me parece que se les llama-, la Muela, por ejemplo).


(Tumba káiser Federico II en Potsdam. Foto de Félix Ares. Licencia Creative Commons)


Amén de las obras, pues donde haya un edificio de interés histórico o artístico habrá una obra (tanto en Postdam como en Pinseque) y de los propios edificios singulares que las soportan hasta llegar a dudar si fueron primero unos u otras, Postdam tiene en su historia tratados que nunca se sabe si son de paz o de guerra, como el que finiquitó la unidad alemana tras la II Guerra Mundial y un símbolo singular: patatas sobre la tumba de Federico II el Grande. Parece ser que la patata no pasaba de ser una planta ornamental y el Kaiser manifestaba gran interés en extender su cultivo para la alimentación popular, aunque romper con la tradición agrícola no parecía sencillo, así que ordenó la plantación en sus jardines para dar ejemplo, pero tuvo la precaución mandarlas custodiar por el ejército. Ante una planta tan protegida por el monarca surgió la curiosidad y la costumbre de su cultivo (como puede verse no sólo 50 aragoneses entrarán en un seiscientos diciéndoles que no caben, también aquellos prusianos necesitaban estímulos motivantes). Por eso Federico ve obsequiada su sencilla tumba con patatas que le rinden homenaje aunque, a lo peor, le dicen ¿patatas para el pueblo? cómelas tú. No es mala idea esta de ofrecer patatas a los jerarcas, con las perras que nos va a costar la visita del Papa en la jornada de la juventud es una idea a plantearse: una ofrenda de patatas para un papa alemán y va que vuela.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Las bicicletas


No sé si en Alemania las bicicletas son para el verano, imagino que con el frío invierno centroeuropeo no habrá tantas circulando por las calles, pero en época estival son tan abundantes que han llamado poderosamente mi atención. La verdad es que las ciudades que he visitado animan a usar este medio de transporte: no hay grandes cuestas, el carril bici está muy extendido y las facilidades son muchas como la posibilidad de subir la máquina al tren o al metro (aunque también pueden subir con perro a trenes y metros y, sin embargo, no he visto tantos por la calle como por aquí). Llegando hasta la estación de Postdam, a la puerta del centro comercial adosado a la misma, un mar de bicicletas, del que solo muestro una parte, me sorprendió; supongo que estarán acostumbrados a encontrar la suya, a mí me parece como buscar una aguja en un pajar. En un día soleado como el que hacía, comprendí que, aunque lo de pedalear al sol estival está bien, las bicicletas son para ir al centro comercial en verano.


Así se comprende que circulen por las calles alemanas todo tipo de velocípedos, sobre todo con configuraciones muy urbanas: nada de bicis de montaña con amortiguación y cuadro de no se qué aleación ligera, sino las de toda la vida con su sillín grande que en nada se parece a esa especie de consolador que montan las deportivas, su soporte o cesta para la compra o sillita del niño o todo a la vez, sus guardabarros, su faro... Las hay individuales y colectivas (una especie de engendro que circula impunemente entre el tráfico con plataforma y pedales alrededor del cual pedalean cinco o seis esforzados ciclistas adelantando a todo quisqui con evidentes expresiones de júbilo, que también pueden convertirse en artilugios donde la familia que pedalea unida, permanece unida ); ciclotaxis con su carrito para dos personas (algunos muy tradicionales, con guirnaldas de florecitas y todo, otros tipo futurista y con una batería de apoyo, como aquellos que vimos aparecer y desaparecer con la expo), carritos de bebé enganchados al soporte con bebé alucinando de pasajero y perdiéndose los halagos de propios y extraños con aquello de qué mono se parece a su tío Ambrosio... y hasta vendedores ambulantes cuyo mostrador es la bicicleta.

La mayoría de las veces, los carriles bici carecen de señalización vertical u horizontal y viendo como se las gastan algunos ciclistas radicales, es necesario ir pendiente de no invadir su territorio, y es preferible pecar de prudente evitando pisar cualquier pavimento que se parezca, aun remotamente, a una banda continua relativamente diferenciada del resto que recibir la sarta de improperios alemanes que mi mujer tuvo que soportarle a una ciclista iracunda por un quítame allá ese pie del carril.


Después de dos esguinces leves de tobillo caminando por las aceras berlinesas fui consciente de que los ediles de urbanismo o tráfico invierten más recursos en tener transitables los carriles bici que el resto de las aceras, donde conviven en variopinta macedonia todo tipo de pavimentos, a cual más irregular y traicionero, para persuadir, supongo, al peatón no avisado amén de politraumatizado, de que la bicicleta es el medio de transporte ideal.